Sí, la poesía de Wisława Szymborska (Kórnik, 1923-Cracovia, 2012) era desconocida para los lectores
españoles e hispanoamericanos antes de que le concedieran en 1996 el premio
Nobel. Las primeras antologías son del año siguiente: Paisaje con grano de arena
(Lumen) y El gran número. Fin y principio y otros poemas (Hiperión). Desde
entonces no han dejado de sucederse ediciones, ya sea en forma de libro concreto
o de florilegio y a eso tenemos que añadir obras en prosa y correspondencia,
además de una completa biografía. No podemos quejarnos de su recepción en
nuestra lengua, a un lado y otro del Atlántico.
De muchas de esas
ediciones los responsables han sido Abel Murcia y Gerardo Beltrán, que ya estaban en
la mencionada del sello madrileño. A ellos y a Katarzyna Mołoniewicz se debe
está reunión de todos sus poemas, excelentemente traducidos, que inaugura una
nueva colección de Visor, en el primer centenario del nacimiento de la poeta
polaca.
Los editores no han seguido el habitual orden
cronológico para la publicación de los sucesivos libros. Han dejado para el
final, en la sección “Primeros poemas” (un tercio del total), los dos primeros,
que Szymborska desechó: Por eso vivimos (1952) y Preguntas a mí misma (1954),
los de su época de poeta militante, por los que sentía “una lástima alegre”, y
su inédita ópera prima Canción negra (1944-1948), que vio la luz póstumamente.
Y todo para dar el legítimo protagonismo a los que ella consideraba verdaderamente
suyos: Llamando al Yeti (1957), Sal (1962), Mil
alegrías –un encanto– (1967), Si acaso (1975), Gente en el
puente (1986), Fin y principio (1993), Instante (2002),
Dos puntos (2004), Aquí (2009) y Hasta aquí (2014).
Por cierto, es la primera vez que se agrupa toda su
poesía en una lengua distinta a la natal, lo que incluye algunos poemas “dispersos”
recuperados cuando el libro iba a entrar en imprenta.
El conjunto asombra. Leerlo de corrido, además de ser
una intensa fiesta poética, incita al lector a justificar la existencia del
Nobel (errores mediante) y, más allá, a reconocer lo justo que fue concedérselo
a una obra así, tan lograda, por más que resulte paradójico superponer a la
solemnidad de aquél la naturalidad de ésta. En cierta ocasión utilicé el rótulo usado
por Damià Alou al referirse a la lírica de Philip Larkin, el de “poética de la
modestia”, para definir la de Szymborska.
Aunque forme parte de una tradición europea de primer
orden, la de la poesía polaca, su manera de decir es única, identificable con ella, su vida y
sus particulares circunstancias, algo que se aprecia a la perfección en Trastos,
recuerdos, la biografía de Anna Bikont y Joanna Szczęsna que publicó
Pre-Textos. “No conozco el papel que interpreto. / Solo sé que es mío,
intransferible”.
Sus temas son
humanos por encima de todo, y de humanista cabría tildarla. La vida, el amor, la
mujer, la muerte, la amistad, el viaje, la historia… Y la poesía: “¿pero qué es
la poesía?”. Porque no era adanista y ejerció la crítica, no faltan en sus
versos referencias literarias, en especial clásicas. Y a la Biblia o a
Shakespeare.
Con ser partidaria
de la realidad, no del realismo (“Lo real representa lo real, / por eso es
mayor su misterio”), le dio mucha importancia a la imaginación, que en ella parece
fruto de la inocencia, secuela de una infancia que nunca perdió. En sus versos
hay mucho de juego, de inteligente ocurrencia. Y de mirada: “por alguna causa
estoy aquí y miro”.
Sostienen sus
editores lo que viene siendo un lugar común: que “la ironía es a
menudo la piedra de toque”. Que, como suele ocurrir, va unida al humor. Al
leerla, dijo Fernando Savater, “nos hace a menudo sonreír, sin incurrir en
caricaturas ni ceder a la simpleza satírica”. De “ligeramente grave” calificó
su poética y de “reflexiva sin engolamiento ni altisonancia, de forma ligera y
fondo grave, directa al sentimiento pero sin chantaje emocional”.
“Como todo buen poeta –señalaba el pensador–, fue
especialmente consciente de su extrañeza”. De ahí que, como anotan los editores
en su prólogo, su poesía esté “repleta de preguntas –no de respuestas–, con el
escepticismo y la duda como ejes centrales y permanentes, una duda que se
refleja en dos palabras fundamentales: «no sé»”. “La inspiración –dijo en su
discurso del Nobel– nace de un constante «no sé»”.
Un asombro, cabe matizar, instalado en “el milagro de la
cotidianeidad” que es donde la poeta se encuentra con las sorpresas que
determinan sus sencillas, hondas meditaciones. A casusa de la visión de un
paisaje (“Yo soy esa mujer bajo el fresno”) o por la noticia de un periódico. Algunos
títulos son elocuentes: “La ropa”, “Charco”, “La cebolla”…
Poesía discreta y elegante, dije una vez. Compasiva. Ajena al
aspaviento o la altisonancia y próxima a la naturalidad, pero ni normal ni
corriente. “Hay una costumbre excesiva de leer entre líneas, de buscar mensajes
secretos. Mi poesía no esconde nada”, comentó en cierta ocasión. De la
conversación y del monólogo dramático. Vital, del horaciano “non omnis
moriar”. Propia de quien no improvisa y observa con detenimiento cuanto le
rodea. Lúcida y nada ingenua. Triste, porque el ser humano – apuntó– por
naturaleza lo es. De alguien que, como su paisano Miłosz, concibe la poesía
como conciencia. Para los que no la leen por habitualmente. A la que se aferra
“como a un oportuno pasamanos”.
Tras atravesarla por completo, el lector cae en la cuenta de
que fue una poeta de poemas más que de libros. Cada uno, perfectamente armado. Bien
compuesto. “Sin preocuparme de antemano / de si esto es poesía / y qué tipo de
poesía”. En los que te internas a veces sin saber a ciencia cierta dónde te
conducen hasta que llegas al final. ¡Y qué finales! Diría que son pequeños libros
en sí mismos. Concebidos con precisión, tienden a extenderse. Y no porque el
poema “conciso y breve” sea, según ella, “más difícil”.
“Mientras escribo estos versos / me pregunto / qué en ellos y
dentro de cuántos años / parecerá ridículo”. Muchos han pasado ya y podemos
asegurar que su temor era por completo infundado.
Wisława Szymborska
Traducción de Abel Murcia, Gerardo Beltrán y Katarzyna Mołoniewicz
Visor, Madrid, 2023. 736 páginas. 30,00 €
Traducción de Abel Murcia, Gerardo Beltrán y Katarzyna Mołoniewicz
Visor, Madrid, 2023. 736 páginas. 30,00 €