En la antología Parada Gijón-Xixón Poemas (título que nos lleva sin querer a Favorables París Poema, rótulo de la revista de Vallejo y Larrea ), los poetas Juan Muñiz (Langreo, 1957), Pedro Luis Menéndez (Gijón, 1958), Álvaro Díaz Huici (Gijón, 1958), José Luis Argüelles (Mieres, 1960), César Iglesias (Mieres, 1961) y José Carlos Díaz (Gijón, 1962), todos de la misma generación, reúnen versos localizados en esa ciudad norteña. En rigor, la suya. Porque somos, dijo Seamus Heaney, los lugares que habitamos y “la poesía nos proporciona una forma de mirar el mundo y descubrir nuestro lugar en él”. “Yo en el lugar y el lugar en mí”, escribió el Nobel irlandés.
La ilustración de la cubierta, de Marina Lobo, los sitúa a los seis en una playa, solos o conversando (son amigos), frente al Cantábrico, que no deja de ser el punto de observación preferido por todos. Bajo una luz que se nos antoja septentrional y murnia.
Quienes por suerte hemos frecuentado esa ciudad miramos a esos hombres desde la barandilla del paseo del Muro de San Lorenzo, entre el Piles y Cimadevilla, a la altura de una de las escaleras que lo numeran (12), incluida la más conocida (4): la monumental Escalerona.
El prólogo de la muestra es obra del que fuera presidente del Principado de Asturias, el escritor Pedro de Silva Cienfuegos-Jovellanos, gijonés del 45. Se refiere en él a los “poetas muy hechos” que han propiciado esta “colección de poemas, hijos de seis padres”. Cree que “aquello que les lleva a sindicarse es la inspiración gijonesa de sus versos” y anota su “complicidad”. Aprecia un “registro común, una intención, un tono, que les infunde una faz de pandilleros”, “gente, pues, dura, desconfiada, temible, de tranca y de retranca”. Son seis poetas, sostiene, “que facturan en clásico, bien pegados al suelo real del verso”.
Dos temas sobresalen, según él (y no miente). Uno, el tiempo. En sus dos acepciones, matiza. El de los relojes: “el pasado les pesa” (melancólicamente), y el atmosférico: el del viento (por ejemplo, el nordés), la niebla y la lluvia (alguien definió Asturias, recuerda, como “llover y quejase”).
Otro, el mar, que incluye, claro está, la playa, esa “frontera, la arena [así se llama uno de los barrios gijoneses próximos al Muro]”. Una perfecta metáfora.
El “centro” de Gijón, añade, es en realidad “un círculo” con dos mitades: la del mar (en el horizonte) y la de la playa, con forma de concha, como la donostiarra. “Un enclave situado ciertamente al Sur del Norte (...) de la gran patria común de Septentrión”. Y ahí, en efecto, nuestros seis poetas, “resistiendo la embestida impaciente del Sur en la última playa meridional del Norte”.
Cada poeta ha dado un título a su parte. La de Juan Muñiz, “Entre nubes”, redunda en lo playero y lo meteorológico. También en la referencia habitual a las estaciones. “Yo paseaba por octubre”, escribe, un verso que da pie a que uno ratifique otra constante: la condición de paseante. De ese recorrer el Muro “sin descanso, como osos enjaulados” hemos sido testigos. Es fácil sucumbir, ya sea a paso lento o deportivo, a esa casi manía ambulatoria inseparable del gijonés. Una suerte de dromomanía interior. Más propia de Aníbal Núñez que de Dino Campana.
Poemas como “Verano del 85” y “Locus amoenus” dan idea de la calidad poética, digamos, de este, para mí, desconocido poeta. Me ha pasado con otros, como el editor Álvaro Díaz Huici (de Trea), de cuya poesía tampoco tenía clara noticia. Una alegría.
También en los poemas de Muñiz (apellido que coincide, por cierto, con el de la inolvidable profesora gijonesa María Elvira, nacida en La Habana, a la que visitamos en su casa de Begoña) hallamos esa huella de la memoria y del pasado, en forma de nostálgicos recuerdos, que encontramos en los poemas del resto. Ya lo señaló De Silva.
Más conocido, Pedro Luis Menéndez, un perspicaz observador, como sus compañeros, habla (en su sección “Hacerse viento”) de la lluvia, del caminante que es, de la “Ciudad varada” (título de uno de sus libros) donde vive (en una madriguera, como reza otra de sus obras). “No poseo afán de territorio”, afirma.
Del citado Díaz Huici (“restos de la noche y el día en la arena”) destacaría la potencia lírica de “El límite” (allí, “el mar blanco de la infancia”), “El dique” (que alude a otra parte esencial de Gijón: su puerto, no tan poetizada) o “Las bañistas” (un poema imponente, en la estela de “La luz de las mujeres”, que viene a demostrar que la ausencia femenina, en lo que respecta a los autores, no es óbice para que ellas estén presentes; aquí o en “Paraguas azul”, un poema de César Iglesias).
La poesía del periodista José Luis Argüelles no es para mí una novedad, lo que no obsta para que, como siempre pasa con la verdadera, me lo haya parecido. En “Travesía” está el eulogio, esto es, Elogio del horizonte, la formidable escultura de Chillida, “cantil de atalayeros / que escrutaban el mar, / la gran ballena, / el día y los naufragios, / la niebla levantarse de la rada”. Y el Muelle de Oriente. Y el nordestín (“Respira la ciudad entonces”). Y el recuperado Poniente, que nos trae un Gijón de metalurgias, hornos altos y astilleros. El del padre. Y las nubes, propias de un clima tan cambiante, que rara vez se mantiene igual a lo largo del día. Y el aprendizaje de la serenidad. “Esa felicidad pequeña es suficiente / para seguir viviendo”.
César Iglesias (en “Vagamar”) aporta la mirada del transeúnte, uno más en esta ciudad de flâneurs. Por eso nombra la senda de El Cervigón: “Este es mi paisaje”, “Aquí me reconozco / tra questa inmensità” (cita a Leopardi). Y ahí, la mar, que “como la vida, / alimenta borrascas y naufragios, / desconociendo toda compasión”. “En esta geografía me refugio”. “Sumiso y comarcal, / yo también miro al norte”. En la playa (la de “Bañistas de octubre”), donde busca “alargar nuestros veranos”, “hombre en añoranza“. La Guerra Civil (y la injusta muerte del “tíu César”), la juventud (y la droga ochentera de Cimadevilla) y la esquina o “martillo” de Capua (manzana de casas singulares situadas al comienzo del Muro que parecen enfrentarse, desafiantes, al mar) completan la panorámica.
José Carlos Díaz, el autor de Aire de lugar y gente, reúne sus poemas bajo el título de “La ciudad y sus islas”. En “Aquí” (de nuevo el nordés, el nordestín o el noroeste) se sitúa en su lugar. “Decía Brodsky que uno / es aquello que mira”, recuerda, y a la mirada, tan de él como de sus compañeros de antología, le deben no poco sus versos. Los de “Skyline”, pongo por caso. “Marina” se abre con una cita de Zagajewski: “Nadar es como una oración”. Todo gira en torno al “plano de una ciudad con playa”. Y a su memoria. La del Café Gregorio, la de La Florida.
Que nadie se llame a engaño. No estamos ante una muestra localista y para pocos, salvo que entendamos que la poesía siempre lo es. Nunca estuvo más claro que lo universal, y no el impostado cosmopolitismo, procede de lo local. De lo local, eso sí, sin límites.
Lo que el lector encuentra aquí son un puñado de poemas logrados (en su inmensa mayoría) que dan fe de las miradas reflexivas y sensibles de seis poetas que eligieron la ciudad norteña de Gijón como observatorio. Desde ahí –su lugar– han contemplado el mundo. Su reflejo, en forma de versos, es sumamente habitable, más para quienes amamos ese enclave que Pedro de Silva ha situado “al Sur del Norte”.
Parada Gijón-Xixón Poemas
Juan Muñiz, Pedro Luis Menéndez, Álvaro Díaz Huici, José Luis Argüelles, César Iglesias y José Carlos Díaz
Prólogo de Pedro de Silva
Impronta, Gijón, 2023. 110 páginas. 15 €
NOTA. Esta reseña se ha publicado en EL CUADERNO.