16.10.20

Juventud en Gijón

Treinta años y treinta títulos resumen la andadura de los cuadernos "Heracles y nosotros", que edita en Gijón (una primorosa tirada no venal de doscientos ejemplares numerados) Nacho González, autor, por cierto, del número 29: Cuaderno para un confinamiento, mucho más que un puñado de versos a cuenta del maldito encierro que hemos padecido meses atrás. El 30, puedo añadir, reúne diez sonetos (en la mejor tradición clásica) de Luis López Suárez (que vive en Castropol) bajo el título Ocho sonetos fúnebres (los otros dos corresponden la prólogo y al epílogo), de una emotividad lograda sin recurrir al patetismo, algo difícil si uno escribe acerca de la muerte de su amor. Pues bien, es el 28, Carta de marear, de César Iglesias, el que comentaré con más detenimiento. 
Fui uno de los sorprendidos al leer Lengua del duelo, su ópera prima, que vio la luz en 2016, cuando el poeta contaba 55 años de edad, lo que no es habitual en un principiante. "Una ética de la tristeza" titulé mi reseña. Publicó el año pasado Suena la nieve y volvió uno a ponderar su poesía, que llega al lector "a través de un lenguaje áspero, simbólico, tan contenido e intenso como doliente y preciso". 
Iglesias nació en Mieres en el 61 y vive en Oviedo, pero en una entrevista que le hizo hace poco José Luis Argüelles para La Nueva España (donde aquél trabajó como periodista) afirmaba que "su carácter se formó en Gijón en la década que transcurre entre las postrimerías del franquismo y el primer lustro de los años ochenta, cuando se consolida la Transición". De esa época dan buena cuenta los "22 poemas recuperados (1978-1984)", como reza el subtítulo, la de su adolescencia y primera juventud, agrupados ahora en esta plaquette que, en realidad, no deja de ser un libro breve que incluye ilustraciones del pintor Melquiades Álvarez y del diarista y fiscal Avelino Fierro, así como evocadoras fotografías de José Carlos Díaz. 
En la citada conversación con Argüelles (también poeta, por cierto), confiesa que "es un homenaje privado a la ciudad que conformó mi carácter, y destinado a amistades que también fueron protagonistas y testigos de aquel Gijón". Pero es en un hermoso texto en prosa que antecede a los poemas, "Cartografía menor", donde mejor expresa sus propósitos. "Hasta que arribamos al Gijón-Xixón luminosamente gris a finales de los años sesenta del siglo pasado yo era un habitante de ningún sitio". Un crío de "familia nómada". Cuenta que el asma ya le había llevado de niño a la playa gijonesa, veraneos que se alternaban con estancias "secas" en la provincia de León. Como todos (o casi), "en el tránsito de la adolescencia a la juventud me convertí en un extraño en la vida", lo que suele ir aparejado al ejercicio de la poesía, esa suerte de tabla de salvación. "Fue un tiempo de descubrimiento". De "la amistad, la política, la literatura, el cine, el arte, la música, el sexo y el amor". Los restos de aquel bello naufragio estaban guardados en una carpeta azul que "la persistencia de Eugenia en el amor" logró preservar más allá de "mudanzas y derrotas". "Del largo centenar de poemas, han sobrevivido veintidós, sometidos a las exigencias de quien ahora soy". Aunque el "latido emocional" permanecía, "el estilístico exigía cierta cirugía". 
Vaya por delante que el resultado no se queda en un mero ejercicio de nostalgia. Lo que leemos en Carta de marear son poemas que se sostienen como tales sin necesidad de recurrir a los vaivenes de la biografía. Distintos, sí, de los que hemos leído en sus dos libros, pero no por eso, insisto, muestras de vana retórica sentimental. Emociones y sentimientos hay en ellos, sin duda, pero ni menos ni más que en la mayor parte de los versos de cualquiera. 
Lo que a uno más le ha llamado la atención, por encima de esos logrados heptasílabos que con cadencia hipnótica seducen al lector, es la visión de una ciudad y, ya allí, del desnortado muchacho que la habita. Para los que amamos a Gijón, la suerte es doble. 
La señardá, esa forma norteña de la melancolía, lo tiñe todo. A las personas (algunas de ellas malogradas por culpa de la droga) y a los lugares: L'Atalaya (donde lee "L' infinito" de Leopardi), el muelle del Formentín, las calles de Cimavilla (que uno siempre ha nombrado Cimadevilla), el Campu les Monxes, la Punta de Liquerique, Los Mareantes, El Muro... Y el bar Escocia o el Islandia. Y el cine Brisamar y el Paradiso. Y el astillero. 
"Nadie nos avisó / de que somos los náufragos", escribe, lo que nos lleva indefectiblemente al mar ("en las olas escribo") y a los marinos de esa ciudad varada a orillas del Cantábrico. 
"Ser maldito no renta / si de la vida hablamos", leemos en el poema 17, el de "al volante del Seat, / ebrio y desesperado, / camino de Cabueñes", que nos recuerda al Pessoa del Chevrolet por la carretera de Sintra. O por la de Deva, donde tres amigos encontraron la muerte.
Sí, Gijón ("A esta ciudad me debo / a su brea insumisa / y al Nordés de sus calles, / donde la resistencia  a tanto sufrimiento / es hermosa y más cierta"), esa atmósfera: "este es nuestro paisaje / con sus desolaciones / de tarde de domingo". El de, por ejemplo, la estación de autobuses, a la entrada, "siempre tan gris, tan Alsa". 
Quien deambula por la ciudad (una ciudad que es todas las ciudades, ya se sabe) es un muchacho confundido que acierta a balbucir cuanto le pasa y lo traslada, ya en forma de poema, antes que a nadie a él mismo. "Nos creemos felices / tal vez un poco eternos. / La lluvia y las mentiras / ocultan nuestro error". 
Un acierto ha sido rescatar del olvido estos poemas. Este "autorretrato con retoques", que diría Jesús Pardo, por más que, como recordaba aquí atrás Arcadi Espada: “La autobiografía no existe. Siempre es otro el que escribe de uno”. 
Hace bien en agradecer a algunos amigos el impulso y la lealtad para conseguirlo. Completan, a su manera, la obra, no por breve menos interesante, de este poeta asturiano que cierra el cuaderno con un sencillo poema de amor que estremece. 

Carta de Marear
César Iglesias
Heracles y Nosotros, Gijón, 2020. 32 páginas.

Nota: Esta reseña se ha publicado en la revista digital El Cuaderno.