4.7.11

Morábito

Ya ha pasado otras veces por aquí Fabio Morábito, el poeta mexicano nacido en Alejandría. Sí, como dejé escrito en un artículo sobre uno de sus libros, Alguien de lava, publicado hace unos años en Letras Libres, "lo primero que llama la atención de Fabio Morábito es, sin duda, su aparatosa biografía: nació, ya se dijo, en Alejandría, Egipto, en 1955, hijo de padres italianos, residió en Milán hasta los catorce años y en Ciudad de México desde entonces". En el D.F., es verdad, pero también en otras partes del mundo porque esa impronta viajera no ha dejado nunca de seguirle. No es ajena a esa vida movida la obra de Morábito. Lo volvemos a comprobar ahora, cuando publica Delante de un prado una vaca (ERA), setenta nuevos poemas que añadir a su escueta pero exigente bibliografía.
Recordaba en Babelia Benjamín Prado que para Auden todo poema moderno ha de ser narrativo. Es el caso. También el sábado hacía alusión  Raúl Rivero, en su colaboración semanal de El Mundo, a la narratividad poética de FM, en un texto donde, entre otras cosas, confesaba: "Creo en la poesía de Morábito".
Lo cotidiano elevado a categoría está en la base de sus versos. Alguien mira lo que pasa delante de sus ojos con la perplejidad y el asombro del que parece verlo todo por primera vez. O como si lo que ve fuera, en lugar de normal, extraordinario. Ahí radica la principal virtud de esta poesía que, toda evidencia y claridad, es puro misterio. El exceso de luz puede producir, de hecho produce, una extrañeza que es incapaz de provocar lo oscuro. Lo simple nos deja aquí más sorprendidos que lo complicado. Si algo se puede destacar de Morábito es su capacidad para lo inquietante. Basta leer "Ícaro" o "Llamada nocturna" para comprobarlo. Por cierto, dos poemas con título en un libro donde éstos brillan por su ausencia.
¿La clave? Ya se dijo. Nada nuevo: se funda en la mirada. "Porque esto es ver: criaturas y no cosas".
En la última parte de Delante de un prado... FM reúne una serie de poemas sobre la poesía. Nada metapoéticos, por cierto. "Como delante de un prado una vaca / que inclina mansamente la cabeza / y sólo la levanta para contemplar su suerte, / o una ballena estacionada justo / en la corriente de una migración de plancton, / a veces me sorprendo estático / y hundido, estacionado / en medio del gran prado del lenguaje. / Pero no tengo dos estómagos". A falta de ellos,  Morábito afirma: "Por eso escribo: para recobrar / del fondo todo lo adherido, / porque es el único rodeo en el que creo, / porque escribir abre un segundo estómago / en la especie".
No faltan en el libro algunos ingredientes habituales de Morábito: el humor, por ejemplo. En "Si alguien se pierde de improviso" o "Siempre me piden poemas inéditos", sin ir más lejos. O las referencias a la familia, algo del todo natural en alguien que es hijo de emigrantes y emigrante al fin y al cabo él mismo. Y ya ahí, esa curiosa su obsesión, presente en más de un poema, por la noción de hijo único (su caso al parecer) o, más exactamente, de padre de hijo único: "un padre se hace padre con dos hijos". "Se es padre sólo a corazón partido".
Toda la obra está llena de ventanas. Ventanas que se abren a los distintos mundos que componen el suyo: cosmopolita, pero íntimo; de todos, pero propio. "Ser como tú, querida Emily, / o como Antonio Porchia, / otro poeta en su jardín, / otro muy solo entre las flores".
En el artículo antes citado dije algo que puede servir otra vez de colofón a este breve comentario: "Así la poesía frágil y luminosa de Fabio Morábito, su lección de sencilla complejidad que nos ayuda a interpretar la complicada simpleza del mundo". Un gusto.