1.9.16

La vida lánguida de Manolo Silvela

Es un acierto que la editorial Pre-Textos rescate del olvido el diario que Juan Manuel Silvela Sangro (Madrid, 1932-París, 1965) escribió entre los años 1949 y 1958, publicado póstumamente en Prensa Española en 1967 con el título Diario de una vida breve. Uno ha ido postergando su lectura hasta el verano a sabiendas de que ese retraso deliberado era comparable a cualquier acción que sabemos de antemano gustosa. Un diario breve, sí, tanto como la vida que narra. 
Que la preciosa edición vaya con un prólogo de José Muñoz Millanes es otra suerte. De hecho, en ese prefacio está todo lo que cabe decir (o casi) del libro. Que se recupere el prólogo (aquí epílogo) de Julián Marías redondea la fortuna de esta edición que no pocos han celebrado ya como es debido. 
Marías, recuerda Millanes, habló de fragilidad para referirse a este diario "de formación o aprendizaje". Es una palabra clave. Da el tono. De salud quebradiza (qué interesantes las anotaciones en la casa de reposo serrana de Fuente Pizarro), en un reconocimiento médico para la Escuela Diplomática le diagnostican una severa cardiopatía («Tiene usted un corazón de pato. El clásico corazón de pato») que a la postre le llevará a la muerte, tras una operación en el parisino Hospital Americano de Neuilly.
Destaca el prologuista la presencia de la madre, inquieta "embajadora de lo nuevo" en el Madrid de los cincuenta, separada de su marido, miembro, como el resto de la familia, de la alta sociedad de la época. La familia es capital en su vida, como en la de cualquiera. Rememora momentos de su feliz infancia en la casa de Benavente ("Llevo en la sangre el nombre de Castilla"). Reconoce, al final de sus días, como nos cuenta Millanes, su agobiante, nefasta influencia. En medio del psicoanálisis que le lleva a Suiza (dice que se está "desneurotizando") y que no llegó a culminar. En estas páginas hay un declarado elogio de la vida burguesa, en su sentido más noble, y en el caso de Silvela con una notable inclinación a la cultura y al arte, lo que de verdad le importaba a este escritor malogrado. Otros nombres protagonizan su íntimo diario. El pintor Gerardo Rueda, por ejemplo, u Ortega y Gasset (emotivas son las notas sobre su muerte y posterior entierro) y su discípulo Julián Marías, que tan bien le llegó a conocer a tenor de lo leído en su espléndido epílogo (en la primera edición, ya se dijo, prólogo) donde menciona su muerte "tan a destiempo", que el suyo no es el diario "de un enfermo, sino de alguien que vive con una impresión reforzada de incertidumbre", que aborda una "reconstrucción de la vida cotidiana", que tiene "una veracidad sorprendente" y "una fuerte dosis de realidad". Lo califica, con acierto, de "diario en tono menor", "velado de grises, hecho de bondad y buena educación". En lo que al tono respecta, esa idea que viene reforzada por el estilo de la prosa de Silvela, "pulcra", al decir de Marías, "con una naturalidad que no afecta al desaliño -la naturalidad de una persona realmente cultivada-". Todo es aquí muy de "verdad", una gran lección. 
Paseante (de flâneur lo califica Millanes: "La calle es mi paisaje"), melómano vocacional y con criterio, noctámbulo y solitario ("Hay que saber estar solo"), viajero frustrado (le gustaba irse al aeropuerto a pasar el rato: "Soñar que viajo, pero siempre querer viajar". "Recordar es viajar"), lector culto e insaciable ("Lo único que puedo hacer es leer. El único consuelo que me queda son los libros"), observador de los mínimos detalles, delicado personaje de la escena social y cultural madrileña, estudiante de Derecho a su pesar, espectador de atardeceres, amante de la poesía (Rilke, Valverde, Vivanco) y de los jardines (que viene a ser lo mismo), trabajador eventual y poco convencido, religioso a su manera, Manolo Silvela (como se llama a sí mismo y como era conocido por los suyos) tuvo muchas amigas ("las muchachas" las denomina Marías) y, acaso, un gran amor, el que se perdió con su prematura muerte ("Dios mío: no tengo ninguna prisa por morirme", anotó el 15 de junio del 58, siete años antes). Por Anna, italiana de Liguria, destinataria de Cartas a Anna, publicado también en Prensa Española en 1970. "Hay una tendencia a la idealización, a los amores imposibles", dice Millanes. O por Grace Kelly, pongo por caso, con quien coincide una tarde de toros en Las Ventas. O por Gaby, una cría. "La mujer abismática, paisaje sumergido".
"La vida no es nada -anota el 16 de enero del 49, cuando tenía 17 años-, está ahí para que la hagamos nosotros". Quería que fuera "a toda costa autobiografía". Para muestra...