17.11.14

Levine y Hass

Ya he comentado más de una vez que el salmantino Andrés Catalán (1983) es uno de nuestros mejores poetas jóvenes y, tal vez por eso, uno de los más conspicuos traductores de este país. Está a punto de ofrecernos en Linteo la poesía de Robert Frost (que merecía ese notable, titánico esfuerzo) y, últimamente, dos libros de autores estadounidenses que también resultan dignos de elogio. 
El primero, publicado por Visor, La búsqueda de la sombra de Lorca (y otros poemas españoles), de Philip Levine (1928), reúne todos los poemas que el poeta de Detroit ha dedicado en sus sucesivos libros a España. Inseparable de esa ciudad de la industria del automóvil, hoy en fase de desmantelamiento, Levine oyó pronto hablar de este país cuando algunos de sus vecinos se unieron a las Brigadas Internacionales. Él mismo se trasladó aquí con su familia, mujer y dos hijos en 1965, tras haber pasado por las universidades de Wayne, Iowa (donde acudió a las clases de Lowell) y Stanford, Se instalaron en Castelldefels. Barcelona y el movimiento anarquista (y, en consecuencia, la Guerra Civil) son algunas de sus fijaciones españolas, muy presentes en numerosos poemas del libro. Viajaron también a Andalucía y no son pocas las referencias a lugares y personajes que encontraron en esa ruta invernal por el sur. Los poetas (Lorca, que da título a la obra, Machado, Miguel Hernández, César Vallejo...) también están muy presentes en esa relación de Levine con España. 
Por lo demás, estamos ante una poesía directa, conversacional, autobiográfica, de tono narrativo al que no falta nunca la reflexión (filosófica, política), de verso amplio y poemas extensos, si bien hay uno, que es acaso el que prefiero del conjunto, breve pero certero, que da, según creo, la medida justa de esta interesante antología: "El regreso: Orihuela, 1965", dedicado, claro está, al autor de El rayo que no cesa.
Se confirma, en fin, la primera impresión recibida al leer en un número de la revista Clarín un adelanto de la poesía de Levine. Catalán ha sabido elegir. 
El segundo libro es El sol tras el bosque, de Robert Hass (San Francisco, 1941), otra excelente elección, y lo ha publicado la ejemplar Trea, Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial 2014, que dirige Álvaro Díaz-Huici.
Aquél cuenta en su enjundioso prólogo que llegó a Hass a través de Pinsky, del famoso poema de éste que apareció en el episodio de Los Simpson, que, por cierto, está dedicado a él.
Por resumir lo que se explica con todo lujo de detalles en el mencionado estudio introductorio, Hass es "un poeta de California". Si por algo le ha interesado a uno, en primera instancia, su poesía es por lo que tiene de "noción de lugar" y por la "presencia omnímoda" de la naturaleza y el paisaje en la misma. Con todo, es eso y muchísimo más.
Sin ser extensa (cinco libros en treinta años), la poesía del norteamericano de la costa oeste (donde ahora se sitúan las esencias de la poesía de aquel país) "se caracteriza por la claridad de expresión, la precisión en los detalles, la profusión de la descripción y por la naturaleza meditativa de un observador colocado en una posición externa, raras veces envuelto en la acción". "Entre lo cómico y lo sublime, lo anecdótico y lo metafísico, lo íntimo y lo público, entre la alternancia del paisaje de lo privado y el paisaje abierto y salvaje de California", añade Catalán.
Poeta de su tiempo -los sesenta: Vietnam, derechos civiles, feminismo, etc.-, "muchos de los poemas de Hass giran en torno a las relaciones entre poesía y política". Lo dijo un clarividente Levine: "La sencilla insistencia en un lenguaje preciso se ha convertido en un acto político".
Otra de las líneas que definen su poética se basa en su interés por la poesía oriental, y en concreto, la japonesa, así como por el budismo.
Merece ser resaltada la minuciosa labor el análisis del prologuista y traductor de cada uno de los libros de Hass; traductor, por cierto, de la poesía del polaco Milosz, un detalle nada baladí: "A Czesław le digo esto: el silencio nos precede. Nosotros solo intentamos alcanzarlo". Así, el concepto de "intervalo" o su sugerente, continuo "espacio de perplejidad". Deja para el final la mención a esta entrega, la penúltima de las suyas, que elige, dice, por ser el más personal. La madre alcohólica, su divorcio y la presencia del mundo femenino, de las mujeres, son algunas de las claves que lo conforman. Cada poema "una ventana desde la que observar la vida. De "concienzudo observador" lo tacha Catalán. Sí, entre la visión y la memoria, los dos reinos del poeta.
Memorables me han parecido poemas como "Felicidad" (donde se bebe té), "Los pezones de mi madre" (de lo mejor que uno haya leído nunca), "Los jardines de Varsovia", Iowa City: primeros de abril" (un prodigio de precisión y sentido), "Leve música", "Vergüenza: un aria" (otra obra maestra llena de verdadera humanidad), "Ropajes para un bailarín de negro sombrero" (donde alguien en medio del vacío, la nada y l'absence, "ni me ama / ni no", escribe: "Debería existir una palabra para la desgracia del divorcio."), "Meditación ininterrumpida"...
Inútiles comparaciones al margen, sin ponerle peros a la poesía de Levine, la de Hass me ha parecido soberbia. Para que la fiesta continúe, leeré otro de sus libros, el último, ganador del Pulitzer: Tiempo y Materiales, vertido al español por otro estupendo traductor y poeta: Jaime Priede (Bartleby).