25.12.16

Dos jubilaciones

Los años pasan y se suceden sin remedio las jubilaciones de mis compañeros de trabajo. Desde que me reincorporé en 2008 a mi oficio de maestro, lo mejor que ha podido ocurrirme, han sido no pocos los docentes que han pasado, nunca mejor dicho, a mejor vida. Siquiera en parte, añado de inmediato. Dejar el trabajo es gratificante, sí, pero no tanto para quienes conservan hasta el final de su vida laboral eso que se llama vocación, algo que suponemos inevitable para ejercer este trabajo gustoso. Los muchachinos cansan, sin duda (por eso nos dejan irnos a los sesenta con treinta de servicio), pero el apego por ellos y por su educación es, para algunos, adictivo. 
Cada colegio es un mundo, y está bien que así sea. En el mío, en el nuestro, el "Alfonso VIII" de Plasencia, es costumbre acompañar a los que se van en una comida. Suele coincidir con las vacaciones o de Navidad o de verano. Habitualmente en el Parador. El jueves se celebraron dos. Dos jubilaciones, quiero decir, aunque parecieron también, por lo copioso, dos comidas. Primero tuvo lugar un convite a modo de lunch y luego el banquete propiamente dicho. Ambos servidos espléndidamente. 
Nos sentamos unos diez por mesa. En unas están los compañeros ya jubilados, en otras los que nos mantenemos aún en activo y, por fin, en una presidencial se coloca el equipo directivo, los homenajeados y sus acompañantes. En la jubilación de Julia Martín Paradés y Milagros Cordero Morales, la primera se sentó junto a su sobrino y su prima Isabel, maestra como nosotros, antigua compañera de instituto y más tarde del colegio "Ramón Cepeda" de Jerte. La segunda, al lado de su marido Felipe y de su hija María. 
A los postres toma la palabra el director, Javier Juanals, y lee un breve discurso. La abundancia de despedidas le ha proporcionado una elocuencia llamativa, lo que hace que cada año sea mejor su disertación. En esta última tuvo el atrevimiento de dedicar a Milagros, que llevaba veinte años en el colegio y con él trece en el claustro, un texto en francés (que evocaba el "Je vol" de La Famille Bélier que cantaron sus alumnos por la mañana en el Festival de Invierno), detalle que se explica por el hecho de que al final de su carrera docente ésta haya vuelto, con gran entusiasmo (que los alumnos, verdaderas esponjas, asimilan y agradecen), a dar clases de esa lengua. Recalcó este detalle Milagros en su emotivo discurso, otra breve pieza digna de elogio. Recordó allí a su madre, que se fue tan pronto, porque se empeñó, dijo, en que una niña estrábica y esmirriada como ella (así se definió), de un pueblo pequeño y perdido (el mismo de Gonzalo Hidalgo Bayal, Higuera de Albalat, por tanto de la áspera Tierra de Murgaños), lograra salir y estudiar una carrera, la de Magisterio, que a tantos extremeños redimió, cabe añadir. Y sus felices años de docencia en el centro donde ha culminado su tarea. 
Coincidimos en el citado colegio de Jerte a mediados de los ochenta. Estuvo en el primer cumpleaños de nuestra hija y la acompañamos en el entierro de su querida madre, a la que siempre tiene, doy fe, en sus pensamientos. Ha sido maestra de nuestros hijos. Y no una maestra cualquiera. Su profesionalidad ha sido reconocida a las claras por sus alumnos y, lo que no es tan fácil, por sus compañeros. Amaba, y ama, esta labor y por eso le ha costado decidirse, lo que otros ni siquiera se piensan. El pasado jueves aún estaba en el respaldo de su silla una camiseta verde en defensa de la educación pública. Se la puso muchas veces.
Julia, la otra jubilada, llegó al "Alfonso" hace tres años, ya con veintitantos de trabajo a sus espaldas. En Ibiza, aunque ella es del Valle, de Cabrero. Sé que ejerció en Noruega, por más que ese dato no haya sido comentado. En poco tiempo se ha ganado el afecto de todos, alumnos y maestros. Persona discreta y elegante, echará uno de menos su sonrisa matutina y su delicadeza; con las plantas, por ejemplo, que se encargaba de cuidar con esmero. Y, lo que más importa, con las personas. En su discursino dijo haberse sentido en nuestro colegio (el mejor del mundo, afirmó) como en casa, esto es, que fue recibida, y luego tratada, con afecto, y que ha estado muy a gusto entre nosotros, a pesar del cambio radical que supuso en su vida su traslado, por razones familiares, desde la isla hasta aquí.
Llegaron después las imágenes gracias a la concienzuda presentación de Ricardo, realizada con la complicidad de las familias de Julia y Milagros. Su niñez, su juventud, en el trabajo... Fotografías emocionantes que siempre le ponen a uno un nudo en la garganta. Y los regalos. Para Julia, una joya y un reloj. Para Milagros, un ordenador portátil.
Aunque uno suele desaparecer en cuanto el ágape termina, ya de noche, en esta ocasión me acerqué hasta La Perdición (con ese nombre, cómo negarse) a tomarme una coca-cola. Un ratino. Allí dejé a casi todos bailando y haciéndose fotos. Ricardo hace acopio para futuras jubilaciones. Soy uno de los próximos objetivos. A ver si llegamos.

Nota; Las fotografías que ilustran esta entrada son de otro compañero, Jesús Martín, responsable de nuestra excelente página web.