Pablo Fidalgo Lareo (Vigo, 1984), autor de La educación física (Pre-textos,
2010) y La retirada (Premio Injuve. Instituto de la Juventud,
2012), ha publicado de nuevo en la editorial valenciana un libro tan
sorprendente como su título: Mis padres:Romeo y Julieta.
Poco importa si su nombre figura ya en los primeros recuentos
generacionales. Lo que sí sé que esta obra está a la altura de un poeta, mal
que le pese (“No maduraré, sólo me haré viejo”), en sazón.
Desde el principio, en “Prólogo”, pero sobre todo en los
primeros poemas de “Casa de acogida”, la claridad y el misterio se alían para
instalar al lector en un mundo inquietante: “Yo tenía dos vidas: / una era una
pequeña verdad, / la otra era una verdad absoluta. / ¿Cuál crees que elegí?”.
La técnica empleada es la del monólogo (muy propio si tenemos
en cuenta que Fidalgo se dedica profesionalmente al teatro) y está salpicado de constantes y múltiples preguntas de esas que se
denominan retóricas, lo que aquí no deja de ser una paradoja.
Son poemas en primera persona, sin título, discursivos y su
tono es reflexivo y biográfico. Poemas que dan cuerpo a un solo poema cuya
estructura se resuelve, como señalara Octavio Paz, mediante el recurso de la
composición.
El libro no deja de ser el relato de una vida, desde antes
incluso de nacer. “Fui creado en un hotel, en un viaje, / y eso lo marcó todo”.
De su vida y, conviene precisar, de la de sus padres, auténticos protagonistas
de esta apasionante, imposible historia de amor que da lugar, ya ven, a un gran
poema de amor.
“Mi madre quiere que me crea su idea / porque yo soy el
último viaje hacia mi padre”. Sí, un hombre y una mujer que tienen un hijo al
tiempo que sus trayectos se separan. Un padre que se va. Y una madre ·difícil” que
se inventa una “lengua materna” (la “verdadera”) “para que el hijo no olvide
esa presencia”. Acaso una ficción: “Mientras mi madre conducía / nos
convertimos en nuestra propia leyenda”.
Un viejo asunto, dirán algunos, y, sin embargo, pocas veces,
por no decir ninguna, ha tenido uno ocasión de leer bajo la singular forma de la
poesía, lo que cambia todo, esa experiencia que, por común que sea en estos
tiempos, no deja de resultar en cada caso única. Y ésta, sin duda, lo es. Escrita,
conviene resaltarlo, sin ñoñería, autocompasión o patetismo; con lucidez, ironía,
hondura y emoción. “El fracaso de mis padres fue mi única historia”, escribe.
En torno a la familia (“lo que mantiene vivas a las familias
es el enfrentamiento”), a la casa (“cada uno tendrá que buscar su propia casa”),
y también a una época determinante: la dictadura (con la guerra al fondo) y su
fin (“Mi padre es una generación”), la voz poética bucea en las relaciones con
su madre y con su padre mientras medita sobre su inestable, precario lugar en
el mundo.
Pero en el libro no sólo se rememora lo que sucedió, también
se proyectan soluciones a destiempo y se ofrecen aclaraciones imposibles, a
sabiendas de que “mire donde mire están mis padres, su medida del mundo.”
No poca importancia tienen, en la parte final del libro, “Río do mar”, las alusiones a su “primer amor”, otro personaje esencial en la trama
del extenso poema.
Sin apenas referencias geográficas (la estación de Pontevedra, la playa de Ortigueira, Cais do Sodré y un hotel en la costa donde todo empieza), extraña la capacidad de Fidalgo para la introspección, más si
tenemos en cuenta su edad. Eso es lo que uno entiende al leer: “Un hijo no es
más que la representación / de un amor que no pudo ser.”
Un libro escrito, en fin, “mientras imaginaba una infancia
verdadera.” La que refleja esa elocuente fotografía que aparece en la última
página del libro y en la que se ve al autor, cuando niño y con la boca abierta
(“y ese gesto anticipa mi vida”), de la mano de sus jóvenes padres.
Nota: Esta reseña se publicó el sábado 8 de marzo de 2014 en ABC Cultural (número 1.130).