31.10.15

Orquesta de desaparecidos

Francisco Javier Irazoki (Lesaka, 1954) reunió en Cielos segados sus tres primeros libros de poesía; no obstante, para los lectores, debuta en el panorama con Los hombres intermitentes al que han seguido, también en Hiperión, La nota rota, Retrato de un hilo y este conjunto unitario de prosas breves que no dejan de ser poemas en prosa. 
En la contracubierta, Fernando Aramburu, acaso su mejor lector, alude al “delicado dibujo de sus paisajes personales, combinando las notas de evocación, directamente autobiográficas, con esa especial destreza suya para la creación de imágenes y símbolos, con notable presencia de seres integrantes de su orquesta de afectos: familiares ya desaparecidos, artistas, tipos curiosos, personas que encarnan alguna suerte de valor estético o moral, o que por una u otra razón dejaron en el escritor, en el poeta, una lección de vida”.
Ya en el primer poema, digamos, “Visitantes”, Irazoki nos ofrece una definición certera de la poesía que es, además, una declaración de intenciones: “la poesía no es una delicadeza decorativa, sino una intensidad de la mirada que despierta a la conciencia”. Condensada en apenas tres líneas, una poética que es, asimismo, un tratado moral, aspecto inevitable de su escritura. Pronto, la defensa de la luminosidad frente al hermetismo, de la alegría frente a la tristeza, de la gratitud frente al malditismo. Así, en “Portal 1”, donde en un tono reflexivo (propio del crítico que es) defiende la manera de decir de un “modelo”: Eloy Sánchez Rosillo, que desde la lucidez resalta la existencia.
Veinte años lleva Irazoki en París y a su oficina portátil dedica “Portal 2”, a esa mesa larga de madera exótica con historia íntima que más que un mueble es una enseñanza. Los objetos, cabe precisar, son protagonistas fundamentales aquí: las tejas asesinas, los libros, la tabla rota, las escudillas de estaño.
Con un aire misterioso, que linda con lo mágico y hasta lo surrealista, donde las metáforas respiran con la debida naturalidad y no como artefactos literarios, donde la imaginación se abre paso con el adecuado sigilo y no con el alarde de la pirotecnia verbal, Irazoki construye para nosotros una casa habitable de la que nos sentimos de inmediato afortunados huéspedes. Nos muestra sus habitaciones. La del cine (de cuando Wells rueda en Lesaka Campanadas de medianoche), la del diccionario robado, la del calzado de su madre, la del equilibrio del padre, la del tío que enloqueció por amor, la del último verano de su hermana (“Me acompañó para que yo supiera estar solo”), las de su pequeño país y la de Madrid, las del citado Aramburu, Leopoldo Mª Panero, Pablo Antoñana y Ramiro Pinilla, la de los rusos: los Mandelstam y Ajmátova, la del alma, la conciencia, la piedad y otras virtudes laicas, la de los forasteros (“han construido lo mejor que transmito”), la de la muerte. Y, sobre todo, las de la música: “las personas que se alejaron de mi vida forman la orquesta”. Sí, éste es un “edificio sonoro” sostenido por pilares que fundan “la casa sonora que soy”. Y ahí: Narayan, Parker, Desprez, Machaut, Pérotin, Mozart, Aweke, Traoré… Y ritmos callejeros (léase “Música incinerada”), jazz (Holiday, Monk), cantos selváticos y rurales. Y el ruiseñor (“Conciertos”).
Personas y cosas permiten a este “coleccionista de asombros” erigir, desde la memoria, una sólida morada de palabras fundada en la precisión, la lentitud, la claridad, la delicadeza, la emoción, la sugerencia y la sensibilidad. En la minuciosa elección del lenguaje, esmeradamente cincelado, según Aramburu (otro expatriado), donde se conjuga a la perfección el tono lírico con la veta narrativa.
Para uno, Irazoki evoca ese concepto vasco del hombre “de verdad”. Si algo rezuma Orquesta de desaparecidos es honestidad a raudales. Coherencia. Literaria y ética. Lección de alguien al que le gustaría que “sobre mi muerte se plantase el árbol de la discreción”.

Nota: Esta reseña se publicó el día 30 de octubre en El Cultural.

30.10.15

Hugo Gutiérrez Vega

Se entera uno por el blog del diplomático Luis María Marina de la muerte de otro, el poeta mexicano Hugo Gutiérrez Vega. Fue el pasado 26 de septiembre y tenía 81 años. Ya he contado en alguna ocasión que fue el primer poeta importante, digamos, al que vi. En la sala del Verdugo, entonces de Caja Plasencia, donde presentó, a finales de los setenta, su libro Cantos de Plasencia (seguido de Tarot de Valverde de la Vera). Impresionante, sin duda, una de esas situaciones que determinan que alguien dé en poeta. Coincidimos luego en el Congreso de Escritores Extremeños de Badajoz. El resto de nuestra esporádica relación fue epistolar. Fue un autor más que estimable en un país con una larguísima tradición lírica en la que abundan los poetas de fuste. Dirigió durante años del suplemento cultural del diario La Jornada. Descanse en paz.

De revisteo

Battersea Park
Leo en la revista Quimera una estupenda entrevista de Álex Chico a José Manuel Caballero Bonald donde, además de tener el detalle de citarme cuando recuerda la visita del poeta a la ciudad con motivo de la inauguración del Aula de Literatura 'José Antonio Gabriel y Galán' (y él era uno de los estudiantes que fueron a escucharlo), recoge, entre otras cosas, unas duras palabras del jerezano sobre la traducción de El Quijote realizada por Trapiello. Vi el programa que le dedicó Sánchez Dragó al asunto y sigo con el libro encima de la mesa, a la espera de no sé bien qué. 
En Cuadernos Hispanoamericanos hay varias cosas interesantes. He leído el ensayo de Luis García Montero sobre la poesía de mi admirado José Emilio Pacheco, a la que siempre apetece volver, y el artículo de Eduardo Moga sobre el imposible amor entre Felicidad Blanc y Luis Cernuda, cuando ambos paseaban en los años cuarenta por el londinense Battersea Park. Tampoco está de más leer las páginas dedicadas al recuerdo de la revista cordobesa Antorcha de paja, que se publicó entre 1973 y 1983, el artículo de José Antonio Llera sobre Valle y Gaziel ante la Gran Guerra o el de Juan Arnau sobre la luz: "el alma del espacio".

29.10.15

V-L M: "Serie"

Uno tiene la impresión de que Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970), su poesía, representa, en sentido laxo, la modernidad o acaso la postmodernidad, no sé, de nuestra poesía. Por lo que tiene de innovadora y experimental, por los riesgos que asume, pero también por los asuntos que aborda, de plena actualidad, se podría decir. Para comprender lo que digo, basta con darse un paseo por su premiado blog, Diario de lecturas
En este nuevo libro, Serie, publicado por Pre-Textos, tenemos sobrados ejemplos de esa forma de proceder, de esa poética. Así, en "Ecdótica de las imágenes", parte paradigmática de este "conjunto de cosas que se suceden unas a otras y que están relacionadas entre sí". Tiene que ver con algo que le dijo un traumatólogo en Málaga: "Sólo una imagen nos sacará de dudas". En esa sucesión de reflexiones en torno a la iconografía, clave para entender la época que vivimos, comprobamos su gusto por un lenguaje en el que abundan los términos técnicos, filosóficos y científicos, así como los nombres de investigadores y filósofos, que, a veces, le dan a los poemas un tono intelectual (y puede que algo pretencioso) sin que el lector pueda evitar, por otra parte, que el autor haga uso de ellos, porque comprende su más que probable pertinencia a la hora de plasmar sus ideas al respecto. No es el único poeta joven que, tal vez sin pretenderlo, carga las tintas sobre cierta terminología que, insisto, más allá de su oportunidad, desarma al lector común por su exceso de intelectualismo, pongamos. No siempre ocurre. Puede que sea lo que más se note, aunque no sea ni mucho menos lo más significativo. En otra de las series de la serie, titulada "Serie (Neuropoemas)" se aprecia lo que digo. Aquí el juego es otro: matemático. A partir del "Todo son números" de Pitágoras, reúne 11 poemas, desde "11x11" hasta "1x1", donde la primera cifra corresponde al número de versos del poema y la segunda a las sílabas de cada uno de los versos. Lo personal prima. Sí, como decía, no todo es de ese modo. Por ejemplo, en "Visión del vaso" (que me recuerda el título del libro de ensayos de Robayna que ha publicado Galaxia Gutenberg) o en los poemas de la serie "Historia de tres ciudades": Tánger, Venecia y Málaga. Los dos primeros son magníficos. El dedicado a la ciudad marroquí, que me toca de cerca, alude al Renacimiento, Uno (Dios) y Dos (fray Luis, Pascal...), siquiera sea "bajo la noche esférica de Tánger". El segundo, espléndido, a pesar de lo manido del tema (o precisamente por eso), "Réquiem por Venecia", que tanto gustaría a Marina Gasparini, es digno del mejor novísimo: "Ya no hay futuro en Venecia. / Sólo supervivencia". 
En otra vuelta de tuerca -este libro es todo menos aburrido-, torna futurista e imaginativo (marca de la casa) y compone una serie de ciencia-ficción en "Los viajes de Saabeim", que a uno le han evocado al Ítalo Calvino inventor de ciudades invisibles. 
Escrito en Córdoba, Albuquerque, Venecia, Marrakech, Providence, Tánger y Málaga, el ilustrado cosmopolita Vicente Luis Mora acaba convenciéndome de que detrás de esta poesía tan del siglo XXI está la poesía a secas, ese misterio. Algo que nada tiene que ver, me temo, con épocas o modas, por muy nocilleras que parezcan (por sintonía, digo, y eso que uno a los de fernándezmallo apenas los conoce). Lo digo, claro, como elogio. Bagué Quílez habla, en fin, de "poesía-fusión". Sea. 

28.10.15

Literatura y Política

La revista Puentes de Crítica Literaria y Cultural, que se edita en las ciudades cosmopolitas de Barcelona, Buenos Aires y Madrid, publica en su número 4, correspondiente al mes de abril de 2015, una encuesta titulada "Preguntas al aire" donde escritores de todos los géneros (hay poetas, profesores, narradores, críticos, dramaturgos, periodistas y traductores) responden a tres cuestiones sobre las relaciones entre la literatura y la política. Ya hubo una entrega semejante en el número anterior sobre el mismo asunto y la consulta ha sido respondida por un total de veintisiete personas. Estas son mis respuestas.

1- ¿Qué relaciones guardan la política y la literatura? Cualquier actividad humana es política. Hacemos política constantemente. Algo más evidente en los sistemas democráticos, donde el ciudadano la ejerce, digamos, con la debida naturalidad. La literatura no iba a ser menos. Hay incluso una literatura deliberadamente política, libros escritos para defender tal o cual punto de vista, a favor de esta o de aquella ideología. Con todo, hay formas más sutiles de significación política, que son las habituales, donde lo importante no es tanto poner en pie una determinada idea sino dejar caer opiniones y actitudes cívicas por entre las páginas. 

2- ¿Cómo puede ejercerse el compromiso político o la responsabilidad social desde la literatura? ¿Es esto deseable? A uno, que vive en un país razonablemente democrático –por más que llegara a sufrir los estertores de la dictadura franquista–, no le parece preciso mezclar literatura y política en términos de militancia, lo que no obsta para que respete a quienes lo hacen. Estoy a favor, sí, de los que se manifiestan en las calles (o dondequiera que sea) en contra de medidas que afectan a la ciudadanía: recortes, desahucios, privatizaciones, etc. Con todo, para uno lo fundamental es el voto. 
Distingo, en todo caso, entre lo que escritor lleva al libro y lo que hace como ciudadano. El escritor y el hombre (o la mujer). Sigo pensando, antiguo que soy, que el compromiso del escritor es, ante todo, con su propia obra. Y pocas dignas de ser denominadas “literarias” soportan esa ración suplementaria de compromiso político a las bravas. Manca finezza
No, no creo que sea deseable que ese compromiso se mezcle, en los libros, con la responsabilidad social. Aunque respeto a quienes toman esa opción, insisto, no comprendo al escritor que milita en un partido político. Será porque los he sufrido de cerca y...
Por otra parte, la gestión cultural ha venido siendo un ejemplo de sana (a ratos) colaboración entre políticos y escritores (o gente de la cultura), pero eso ya empieza a ser historia. En Extremadura hubo un tiempo...

3- ¿De qué modos y en qué casos se manifiestan hoy en la práctica literaria los vínculos entre literatura y política? Leo sobre todo poesía y, aunque en estos tiempos la problemática social ha pasado a formar parte de los versos de algunos poetas, no encuentro en los libros manifestaciones específicamente políticas. Como en los sesenta del siglo pasado, quiero decir. No parece que estemos ante una nueva “poesía social”, lo que no obsta para que esté de acuerdo con Luis Muñoz cuando afirma que, a la sombra de la crisis, tal vez en España se esté gestando una “poesía de testimonio”.
Como decía, todo es más sutil, está más elaborado y, en consecuencia, no es tan visceral y evidente. Y me parece bien que así sea. La literatura, por obvio que parezca, debe ser eso. Al menos como uno la entiende. No digamos la poesía, que de literatura, en sentido estricto, tiene lo justo.

27.10.15

Ítaca

Una de las más exquisitas editoriales españolas, en todos los sentidos, es Nórdica. En su colección de libros ilustrados acaba de aparecer Ítaca, de C. P. Cavafis. Es, sin lugar a dudas, uno de los poemas más conocido del poeta griego de Alejandría y en esta ocasión ha sido traducido por Vicente Fernández González, responsable de un libro sobre Cavafis ya comentado aquí. Las bonitas ilustraciones son de Federico Delicado; un dibujante, por cierto, extremeño de Badajoz.
No va uno a descubrir ahora este mediterráneo, nunca mejor dicho. Por lo demás, el prólogo del traductor es tan preciso como perspicaz, desprovisto de cualquier cosa que no sea oportuna y pertinente. Por ejemplo, que hay antecedentes del poemas en otros anteriores de Cavafis, como "El final de Odiseo" y "Segunda Odisea", pero que "Ítaca", escrito bastantes años después, aunque "su poema no es un trasunto de la Odisea", "vuelve al texto homérico, a los elementos nucleares del relato: Ítaca, la travesía, los peligros y las riquezas del camino, las aguas y las costas ignotas, la aventura y la experiencia..." Sí, el viaje de Ítaca es el viaje. Un texto que uno nunca se cansa de leer, uno de los grandes poemas de la humanidad, o eso creemos.
Termina la breve introducción con el listado de las versiones más conocidas del poema; en nuestra lengua, muchas.
A la espera de poder leer la edición de la Poesía Completa de Cavafis que ha preparado Juan Manuel Macías para Pre-Textos (con epílogo del mismo Fernández González), que llegó ayer por mensajería, y la obra completa que ultima Pedro Bádenas de la Peña para Biblioteca de Literatura Universal, no está de más pasarse por esta preciosa edición del clásico contemporáneo, ya sea por puro deleite o como objeto de regalo. No se me ocurre uno mejor.

Oportuno homenaje


26.10.15

Bousoño

Ha muerto Carlos Bousoño. A los 92 años. No he sido, a decir verdad, un lector suyo, aunque lo haya leído, y lo traté muy poco, también es cierto, pero acaso lo suficiente como para sentir su partida definitiva. Como se ve en la fotografía (con el brazo en cabestrillo), formaba parte del jurado que concedió el Loewe a Una oculta razón. Era vital, simpático y dicharachero, o eso me pareció. Al final de la comida de la entrega del premio (estamos en el desaparecido restaurante Jockey), tuvo el detalle de llevarnos a Yolanda y a mí en su taxi hasta el garaje donde teníamos aparcado nuestro coche, a pesar del largo rodeo. Al año siguiente, cuando coincidimos en el jurado, recuerdo que en la fiesta del Círculo de Bellas Artes (aquella noche conocimos a Rosa Chacel) lo primero que me dijo es que me veía más gordo (efectos, imagino, de los excesos en el comedor escolar de Galisteo, donde trabajé aquel curso).
Fue el encargado de presentar mi libro en la comida organizada a tal fin con la prensa cultural madrileña, en el restaurante Cabo Mayor. No conseguí, y me dio pena, que me entregara las notas que había tomado a tal efecto. 
Durante estos años nos hemos encontrado alguna vez en los fallos y entregas de las sucesivas ediciones del famoso galardón y en alguna de las conmemoraciones que han tenido lugar por su ya larga trayectoria. Siempre acompañado por su mujer, más joven que él, exalumna suya (puertorriqueña y madre de dos hijos), lo que le rejuvenecía. Llevaba tiempo entre las nieblas de la desmemoria. Fue profesor de varias universidades estadounidenses y de la Complutense de Madrid, académico y había conseguido, salvo el Reina Sofía y el Cervantes, todos los premios grandes, digamos, de la literatura española, incluido el más importante de su tierra (y alrededores): el Príncipe de Asturias. Pertenece a una generación brillante: la de Valverde, Gaos, Nora, Blas de Otero..., recuerda García de la Concha.
Quedarán, o eso creo, a pesar de las 864 páginas de Primavera de la muerte, su poesía completa (Tusquets), algunos versos de Oda en la ceniza (Premio de la Crítica, 1967) y Las monedas contra la losa (Premio de la Crítica, 1973). También, en lo ensayístico, Teoría de la expresión poética y sus escritos en torno a lo que denominó poesía superrealista. Sí, fue un teórico de primer orden, como explica Darío Villanueva. Con todo, Bousoño ya ha estado pasando su purgatorio lírico en vida. Como su estudiado Aleixandre. Pocos, jóvenes o no, aluden a su obra o le citan en sus epígrafes. Y no será, ay, por epígrafes. 

25.10.15

Lo nuevo de Hidalgo Bayal

Carlos Santiago
Ni un verso: Mísera fue, señora, la osadía, ni un palíndromo: Amad a la dama, La sed de sal, ni frases tan evocadoras y acertadas como El cerco oblicuo, Campo de amapolas blancas, Paradoja del interventorEl espíritu áspero. Una sola palabra, como en Conversación. Ya puede uno anunciar, con permiso del autor, que Tusquets Editores publicará en el primer trimestre de 2016 una nueva novela de Gonzalo Hidalgo Bayal y que su título será Nemo. Vayan reservando en su librería habitual un ejemplar. Sus lectores ya estamos expectantes.

24.10.15

Discreción

Pound por Avedon
"El placer de leer se asemeja al de modificar con discreción, sea nuestro o ajeno, lo que leemos", dice Vila-Matas que antes ha citado, o eso suponemos (con él nunca se sabe) a Ezra Pound, quien, cuando murió Henry James, afirmó que "había muerto el que sabía qué era la literatura". Para ser exactos, el autor de The Cantos dijo que “Había alguien en Londres que era la literatura para nosotros, estaba ahí, en algún lugar de la ciudad, y tenía todas las respuestas”. Más adelante vuelve a copiar unas palabras del poeta norteamericano, recogidas esta vez por Ricardo Piglia: “La técnica es la prueba de la sinceridad del artista”. Todo esto y más se puede leer en su artículo "Por un saber discreto" que, por cierto, no puede sino llevarme hasta el último libro de Francisco Javier Irazoki, que se titula Orquesta de desaparecidos (Hiperión, y próximamente aquí), por aquello de que en el poema que cierra el volumen, titulado "Testamento", dice:
Me gustaría que sobre mi muerte se plantase el árbol de la discreción. 

23.10.15

Rosillo: en la luz de la vida

De Eloy Sánchez Rosillo (Murcia, 1948) espero siempre con avidez un nuevo libro. Llega ahora Quién lo diría, publicado por Tusquets en su colección Nuevos Textos Sagrados, donde ya está toda su obra. Las cosas como fueron. Poesía completa (1974-2003) reúne sus primeras entregas: Páginas de un diario, Elegías, Autorretratos y La vida. Además, La certeza, Oír la luz, Sueño del origen y Antes del nombre. 10 libros en casi cuarenta años.
El recién llegado lleva en la cubierta, como los anteriores, una viñeta de Ramón Gaya, al que dedica el emocionante poema "Bajo el sol de la tarde".
Lo que no espero nunca son grandes cambios en cada nueva obra. Al revés. Quiere uno que llegue otra vez, nítida, la incomparable y previsible voz del poeta murciano y que en una nueva vuelta de tuerca vuelva a darnos lo mejor de sí. Pocos poetas más fieles a su tono y, en consecuencia, autor del mismo libro, que diría su amigo Trapiello, lo que no significa que su obra sea repetitiva o redundante. Ese es su enigma, renovado con la lectura de las sucesivas entregas, en las que Rosillo dice y no dice lo mismo, donde su mundo es y no es idéntico.
Por muy habitable, se acomoda el lector pronto a él. Tal vez por eso tiene tantos letraheridos de su parte, que aguardan, como uno, nuevos versos viejos, se podría decir, destinados a la serenidad y el placer.
¿Y aquí? Pues lo que vengo afirmando: el Rosillo más genuino, con versos cada vez más claros (que contradicen al poeta cuando alude a "abstrusas cuestiones metafísicas" que a "cierto Eloy" le acosan), sencillos ("El respirar es el saber más hondo"), luminosos y depurados. Pero también misteriosos ("porque el misterio existe"). En su casa de Murcia ("Un palacio encantado era -es- mi casa") y en la de la playa. Entre amaneceres y atardeceres. En medio de secretas noches de luna. En sus paseos, según costumbre, por la orilla del mar, ese Mediterráneo que tan bien define su poesía, puramente mediterránea, ya que se identifica con sus paisajes, sí, pero más aún con sus valores y sus virtudes, desde la Grecia clásica hasta ahora. Y con su luz, omnipresente palabra, concepto ineludible si del microcosmos de Rosillo se trata. "Y en la luz todo crece y fructifica", escribe.
Hay en estos poemas tanto júbilo como melancolía ("que a la vez no me impide estar alegre", escribe, o: "Cuánta melancolía. Y cuánta dicha"). Prima el asombro, la perplejidad, el vivir como milagro ("sino por nada, sin porqué, quién sabe", leemos en "Perugia). ¿No alude a eso el título? Cualquier cosa, casi siempre las más humildes, puede provocar el poema. Rosillo es un observador nato que da gran importancia a la mirada; un hombre solo atento a lo que pasa (¿qué otra cosa es un poeta?), siempre a la espera. La rutina como fuente de aventuras, siquiera sea interiores. Sin apenas salir del estudio.
Lo meditativo le sirve para expresar la extrañeza de vivir: "¿Sucede la belleza sin nosotros / o la crean los ojos al mirarla?", dice al principio de "Lugares" (¡cómo son los comienzos de estos poemas!). Y añade después: "Sí, transcurre / a solas la hermosura en nuestra ausencia."
Estos versos humildes, en su más alto sentido, transmiten piedad, galdosiana misericordia, alabanza. Se ve que le basta con poco: "la compasión del grillo y de la noche, / la caridad del alba". El jardín, la rosa, el mirlo.
Escritos al hilo de las horas, los meses y las estaciones, adoptan en conjunto un aire de diario. Como siempre, al final, se fijan en una "Nota" las fechas concretas en las que fueron concebidos.
Sigue habiendo en ellos mucha memoria; de infancia, por ejemplo. Vuelve, con el niño que se fuga de clase, el padre muerto. Y la madre en "Preguntas". Y Luci, la amiga. También el joven enamorado que pasea bajo la lluvia por una plaza donde el mundo se reduce a la mujer que va a su lado, amparada por el mismo paraguas.
Hay, como es lógico, un sentimiento de pérdida. Se aprecia el paso del tiempo, un tema eterno. Así, en "Sin edad" donde leemos, oh paradoja: "En este cuerpo mío que envejece / habita el hombre sin edad que soy". La muerte aparece en "No habrá ocasión".
Eloy Sánchez Rosillo es uno de esos poetas, cada vez más raros, que vive por y para la poesía. Se nota en cuanto escribe. Sin remedio. Y escribe como es. "No hay trampa ni cartón aquí", dice en el poema que cierra el volumen y da título al libro. Y añade: "Se sueña cada cosa en su verdad / y se cumple el vivir con lo soñado. // Quién me lo iba a decir. Quién lo diría".
El que no haya llegado aún hasta él, debería hacerlo. Sus lectores celebramos la llegada de este libro como un feliz acontecimiento. Natural. 

22.10.15

Sólo y solo

Esta mañana temprano escribí, a modo de impromptu, este breve texto en mi muro de Facebook: Leo en El País este ambiguo titular: "Rajoy promete gobernar solo si el PP es la lista más votada". ¿Y siguen diciendo los de la Real Academia que al "solo" le sobra siempre la tilde? Uno la sigue poniendo, por supuesto.
Pues bien, a estas horas ya ha recibido más de cien "Me gusta" (ya saben, la forma de calibrar la importancia en esa red) y lleva veinte comentarios, la mayoría muy interesantes. Soy el primer sorprendido. Lo difundo por aquí para que los que no están allí se sientan también concernidos. 

Álex Chico en Cáceres


21.10.15

Julia Inés en la Biblioteca

Julia Inés Pérez González ha tomado posesión esta mañana del cargo de directora de la Biblioteca de Extremadura. Para mí, una sorpresa, al tiempo que una alegría. Es la hermana pequeña de Fernando Pérez, el que fuera director de la Editora Regional durante una fructífera década. Lo que se habría alegrado nuestro amigo. Me lo comunicaba a primerísima hora de la mañana, antes del acto oficial, su hermana Celes. Otra, Isabel, más tarde. La emoción era ostensible. A la natural satisfacción de su familia, que está encantada con el nombramiento, se une que vaya a ser ella la que a partir de ahora custodie el polémico sello de Barcarrota. Ya ha dicho alguien, y tiene sentido, que parece un desagravio por la ofensa sufrida en el año 2011. Duda uno de la memoria de los políticos, pero... Lo dicho, me alegro mucho. Felicidades a Julia Inés y a todos los Pérez González. Suerte.


Salvador

Retana, mi amigo. Desde hace más de veinte años. Uno de los mejores. De los pocos que uno tiene, como supongo que les pasa a todos, aunque no me quejo. Un ejemplo. Por su tesón, por su fuerza, por su serenidad. Por su rigor también. Castellano austero de convicciones hondas y honradez sobrada. Vive el arte con intensidad (aquí le vemos en su estudio de Jaraíz de la Vera), pero despreocupado por la feria del arte. Es otro solitario a la intemperie (aunque en su último libro, recién publicado, Eloy Sánchez Rosillo haya escrito: "No hay intemperie / cuando con firme pie / y afanosa retina / nos adentramos en los incontables / e ingentes aposentos del asombro"). En la intemperie real, cuando está en su casa de Gredos y alterna los trabajos gustosos de la huerta con los de la pintura y la escultura, y en la figurada, tan común hoy. Va por libre. Ante todo, una buena persona.
Gran lector, ha colaborado en varios libros con Alberto Manguel, que goza de su amistad, y es editor de La Rosa Blanca, una exquisita editorial para pocos de la que más de una vez hemos hablado aquí. Además, es un adelantado en lo referente al libro de artista. Uno suyo estuvo expuesto en la Biblioteca Nacional hace poco. A esto, como a todo lo suyo, nunca le da importancia. Posee la rara virtud de la humildad. 
Nos vemos de vez en cuando. En Plasencia casi siempre. Charlamos alrededor de un té y una menta, respectivamente, que tomamos con prisa durante la pausa del recreo. Nos escribimos, eso sí, unas líneas cada poco. En las suyas nunca falta alguna frase digna de ser pensada con la debida calma. En el último mensaje, por ejemplo, dejó caer: "De nuevo a lo viejo, el campo es una casa humilde". Me consta que lleva una suerte de diario. Y que en sus anotaciones no faltan versos. No en vano lee poesía.
Los dos tenemos, ya es casualidad, un hermano cura.
La semana pasada le pedí un favor. Otro, mejor, porque ya abusa uno bastante de él; por ejemplo, solicitándole dibujos que cede encantado para las cubiertas de algunos libros. Esta vez necesitaba unas fotografías para ilustrar una extensa entrevista que se publicará pronto y pensé que nadie mejor que él. Porque domina esa técnica y porque no hay una tortura peor que la de posar, digamos, para un desconocido. Además, porque había elegido como bonito decorado Yuste y el Cementerio Alemán y sé que esos son también sus paisajes del alma. Estuvimos por allí un par de horas, disfrutando de una tarde otoñal de luz perfecta. De las vistas y de la conversación, que nunca falta (sobre todo desde que me oye perfectamente), y eso que me atrevería a decir que somos dos seres más bien silenciosos. Ya que lo menciono, me recordaba encantado un reciente paseo por las calles de la parte antigua de esta vetusta ciudad con un amigo común, Gonzalo Hidalgo Bayal, otro ser silencioso que conversa; autor, por cierto, del selecto catálogo de La Rosa Blanca. 
En el taller, que está en la parte baja de la casa que comparte con Montse, su mujer, y con sus hijos Victoria y Omar, que estudian fuera, seleccionamos después algunas imágenes de la sesión. Fue complicado. 
Encima de una de las mesas del estudio se quedó olvidado un envase con higos pasos que, según costumbre, cada año tiene a bien regalarme. De su producción serrana. Con lo que ha sacado este año por la venta de la cosecha de esa deliciosa fruta va a costear una nueva entrega de La Rosa Blanca: la anunciada antología de poemas sobre el Cementerio Alemán. Los versos ya están (con los permisos de los poetas conformados) y Miguel Ángel Lama ultima su prólogo. En el libro no faltarán obras suyas. Por cierto, en ese literario lugar nos conocimos, a propósito de una performance, o algo así, basada en mi poema sobre el retirado camposanto. Y hasta ahora. Salud, hermano.

En Yuste

20.10.15

Voces femeninas

Los pasados días 15 y 16  se celebraron en Trujillo las jornadas "Voces poéticas en femenino" coordinadas con José Cercas y Jesús M. Gómez, alma de Norbanova, entidad impulsora del encuentro, una asociación que ahora se reinventa.
Un libro, primero de la colección "Eventos", publicado también por Norbanova, reúne poemas de las ocho poetas participantes: Ada Salas, Emilia Oliva, Irene Sánchez Carrón, Isabel Blanco Ollero, Rosario Troncoso, María Ángeles Pérez López, Raquel Lanseros y Mara Romero Torres. Tres andaluzas, tres extremeñas, una castellana y una navarra de San Sebastián. 
La antología, titulada igual que las veladas, lleva un prólogo de Diego Doncel. Allí el poeta extremeño de Malpartida de Cáceres habla por extenso de la patrimonial y bellísima ciudad de Trujillo, pero nada, y nos extraña, de la poesía o de las poetas que aparecen a continuación, a las que, antes de adentrarse en la historia del lugar y en su descripción lírica, presenta de pasada como "algunas de las mujeres que escriben en España". 
Dejando a un lado los poemas de la, para mí, desconocida Romero Torres y de los también muy poco frecuentados de Blanco Ollero, se ratifica uno en la defensa de unas poéticas de sobra consolidadas, que hemos comentado más de una vez aquí. Las de Salas, Sánchez Carrón, Oliva, Pérez López y Lanseros, y, en fase creciente, la de la casi debutante Troncoso
Los poemas están bien elegidos y su calidad brilla con la fuerza debida.
Esperamos, en fin, nuevos libros de mis paisanas Ada, Emilia e Irene, que ya toca. Los poemas inéditos de María Ángeles que se publican en el número de octubre de la revista Quimera presagian lo mejor de su obra en marcha. Doy por hecho que otro tanto podría decirse de la poesía del resto de las participantes en estos recitales trujillanos, aunque uno siga sus obras desde más lejos.

19.10.15

La poesía eslovena

France Prešeren
Al mismo tiempo que un amigo me comunicaba la triste noticia de la muerte de la mujer del poeta canario Andrés Sánchez Robayna, a quien no tuve la suerte de conocer (desde aquí nuestro pésame), llegaba a casa un nuevo número de la revista del Taller de Traducción Literaria, que él dirige, dedicado esta vez, monográficamente, a la poesía eslovena. Lo ha coordinado la poeta e hispanista Laura Repovš.
Boris A. Novak firma un extenso y excelente artículo titulado "La poesía en lengua eslovena" donde se nos presenta lo fundamental acerca del asunto en cuestión. Así, y para empezar, que esa lengua mantiene el dual, esto es, "una forma gramatical arcaica: entre el singular y el plural hay en esloveno una forma especial utilizada para hablar de dos cosas o de dos personas". Además de, por ejemplo, el "yo hablo" y el "nosotros hablamos", el "nosotros dos hablamos". Simboliza, explica Novak, "el alma del pueblo esloveno" y es "el lenguaje del amor, una isla de la intimidad", algo que, por cierto, se pierde en la traducción a lenguas, como la nuestra, donde el dual no existe.
El esloveno es "una lengua que hablan solamente dos millones de personas". Existe desde el siglo X. Su primer poeta, el más grande, fue France Prešeren. Conviene recordar que la literatura "ha sido el arma principal de la lucha por la identidad eslovena" y la poesía, "el corazón de la lengua y alma eslovena". De los sucesivos poetas que integran esa tradición europea da buena cuenta Novak en su ensayo. Desde el ya citado hasta la actualidad. En cuanto a la antología de poemas que incluye esta entrega, los más jóvenes nacieron en la década del cincuenta del pasado siglo. Tal vez el más conocido entre nosotros sea  Tomaž Šalamun. Además, hay poemas del propio Novak, de Dane Zajc, Kajetan Kovič, Edvard Kocbek, Gregor Strniša, Niko Grafenauer, etc.
Falta, pongo por caso, Aleš Šteger, que incluyó el cosmopolita Martín López-Vega en su antología Mapamundi.
Una estupendo acercamiento, en suma, a una poesía que merece toda nuestra atención y donde vuelven a ponerse de manifiesto las incesantes bondades de la traducción.

18.10.15

Operación rescate: Deltoro

Poemas en una balanza es el título elegido por Francisco José Cruz, su editor, para la antología de Antonio Deltoro que publicó en 1998 como separata de la revista Palimpsesto. Además de adelantarse a otros florilegios que vendrían y, por eso, descubrir a los lectores españoles la poesía de un nombre imprescindible de nuestras letras, tiene la virtud de incluir una amplia conversación entre autor y editor llena de iluminaciones pues que si algo prima en la manera de decir de Deltoro es la lucidez. Se pueden consultar dos versiones de la misma. La original, que publicó Cruz en su blog y otra en la revista mexicana Fractal. Allí dice, entre otras cosas: "Sí, creo que, efectivamente, toda mi vida he intentado hacer una poesía que en forma íntima y cada día en voz más baja acoja la maravilla del mundo". O: "Mis versos me parecen, a veces, largos puentes entre la intimidad y la intemperie, por los que dialogan seres y cosas de ambas orillas y que, como todos los puentes, no pertenecen por entero a ninguno de los extremos". Y: "Concibo mi poesía como una forma de agradecimiento. Creo, con Paul Eluard, que el estar vivos es un honor." O, en fin: " Creo que en los años que vienen hace falta una poesía de tempo más lento. Una poesía de la lentitud no privilegiaría ningún instante sobre los ojos, no resaltaría el instante juvenil sobre el maduro; exploraría la longevidad, el tiempo chino, canettiano, de la sobrevivencia, en un tiempo en que la sobrevivencia de la especie está en entredicho; situaría el paraíso no al principio o al final de los tiempos, sino aquí, en este tiempo; no sólo en la creación, sino también en lo recreado, en lo saboreado, en lo vivido."

17.10.15

Una sueca

Rolf Petterson
Permítanme que comience por el traductor de este libro. Sí, porque siempre estaremos en deuda con Francisco J. Uriz, un hombre que nos ha permitido conocer y apreciar la poesía nórdica europea acaso como nadie y que, a pesar de la edad, no ceja en ese noble empeño que uno quiere reconocer con la debida humildad desde este apartado rincón. Gracias.
Nos presenta ahora a la sueca Sonja Åkesson, que nació en Buttle, en la isla de Gotland, en 1926 y, tras una penosa existencia, murió en Estocolmo en 1977.
Vivo en Suecia (Vaso Roto) es una amplia antología que da la medida exacta de su obra. La de alguien que fue muy famosa y leída en su país natal ("la poetisa del modelo sueco", según Uriz), lo que resulta sencillo de comprender a la luz de estos versos. Su poesía es clara, sin duda, e incluso asequible y conversacional, esa que recomendaríamos a quien no lee poesía. Pero también al lector habitual. Esta mujer no era una ingenua ni sus poemas cualquier mercancía lírica de esas que acaparan las listas de libros más vendidos de (presunta) poesía. (La de El Cultural, pongo por caso. Todavía no he salido de mi asombro al mirarla la última vez: apenas si conocía a uno de los autores citados, y se le mencionaba por un libro de prosas. No me extraña que también se haya sorprendido el rápido y sagaz Bonilla.)
Fue una mujer con sucesivos desengaños amorosos e hijos de varios padres que vivió entre la depresión y la angustia (padeció de hecho una enfermedad mental), bebedora compulsiva (fue alcohólica y se la llevó un cáncer de hígado) que las feministas adoptaron "como suya".
Sus poemas, propios acaso de una optimista bien informada o de una pesimista lúcida, de una persona sola, "destellan coraje, seguridad, posibilidades". ¿Qué la movió a escribir? Acaso, se nos sugiere en el prólogo, la muerte prematura de un hijo por culpa de la leucemia a los dos años. No empezó demasiado pronto.
Su ámbito es el cotidiano. El de la casa y los hijos. El de los paseos y las tareas comunes. Vivió "una pequeña vida". Sostiene Uriz que el tema omnipresente de su obra es "la duda de que exista la posibilidad de que podamos comprendernos y la de que estamos condenados a permanecer en nuestra soledad".
Algunos de sus extensos poemas demuestran que, a pesar de la fama de sencilla, fue una mujer que dominó su oficio. Basta leer "La cuestión matrimonial", "Autobiografía" ("Vivo una vida tranquila / cerca del metro. / Soy sueca."), "¿Qué aspecto tiene tu color rojo?" ("No hay camino de salida"), "Nuestra casa", "Okey", "Me acuerdo" (a lo Perec), "De mamá" y "Visita a la Fundición de Sandviken" (donde mezcla distintos géneros).
Otros, menos extensos pero que en nada desmerecen de los citados anteriormente, dan también en la diana: "Autorretrato", "Roer", "Hilos", el extraordinario y duro "En nuestra casa" (sobre el matrimonio, que termina: "nos regodeamos tragándonos el uno al otro // nos rumiamos // nos rumiamos"), "Somos muy afortunados" (donde su ironía luce con fuerza), "Canción navideña, "Sola", "Privilegiada" (de su experiencia psiquiátrica: "Esta es una habitación para llorar"), "Nata helada", "Sí gracias" o "Imposible", el que cierra la muestra y que termina: "Tus ojos se reflejan hacia adentro / más allá / inalcanzables".


16.10.15

Un pintor veneciano

En Una oculta razón (1991) dediqué un poema a Gaya en Venecia (el dibujo que ilustra este comentario es suyo), aunque ni una cosa ni la otra se hicieran explícitas. Se trata de "Diario de un pintor", inspirado en la lectura de las páginas del libro del mismo título y, sobre todo, en la visión entusiasta de un reportaje (Ramón Gaya, 'pájaro solitario'), donde aparece pintor en esa ciudad, cuyo guionista fue Andrés Trapiello, emitido por TVE en 1990. Por suerte, esta noche, a las 21 horas, la misma casa, por la 2, emite el documental de Gonzalo Ballester: Ramón Gaya, la pintura como destino, dentro del programa Imprescindibles. A modo de homenaje, desde el recuerdo a mi estimada Isabel Verdejo, copio aquí aquel poema:

No he vivido bastante para saber si existe. 

Después de conocer la fuerza que anticipa
el temblor del misterio, ya nunca cesaría
la búsqueda que diera otro sentido
a todo cuanto entonces me llamaba.
Cuando tuve que huir, me confortó pensar
que acaso en la distancia adivinara
la oculta identidad de su apariencia.
Al viajar recordé cada ciudad extinta
como suma y principio, como origen y término.
Las noches en hoteles en cuartos de una noche
encerraron apenas una exigua señal
de que había esperanza.
Paseé mi mirada por un mundo continuo
donde no era admitida otra sed de deseo.
Me debí a una obediencia.
No sé si habré llegado.
Me basta en esta hora el sol sobre los mármoles
y el agua sucesiva que reflejan. 
 


La voz del vendedor dice que es tiempo.

15.10.15

Operación rescate: Roca

Un amigo, el colombiano de Don Benito Antonio María Flórez, me trajo de su último viaje a Marquetalia Tres caras de la luna, de Juan Manuel Roca (Medellín, Colombia, 1946), con dedicatoria incluida. Publicado en 2013 por Sílaba, reúne los tres primeros libros del conocido poeta: Luna de ciegos, Los ladrones nocturnos y Ciudadano de la noche. Me repito y vuelvo a comentar que la poesía de Roca me llegó, como es debido, a través de la antología Los cinco entierros de Pessoa, que publicó Igitur en 2001. La muestra, que viene perfectamente prologado por Pablo Montoya, no es nostálgica o de circunstancias, pues en estas páginas se encuentran algunos de los mejores poemas de este veterano autor, como “Días como agujas”, “Arte del tiempo”, “Mester de ceguería”, “Arenga de uno que no fue a la guerra”, y “Canción del que fabrica los espejos”, señala Montoya. Uno se queda, además, con "César Vallejo invita a una cena", "Poética", "Sagas", "Mis deudos jugueteaban con un violín prestado", "Las formas ausentes"... El libro demuestra la fuerza de una poesía insomne e imaginativa donde la noche, el sueño, la mujer, el caballo o la muerte son algo más que meros símbolos poéticos. Una poesía escrita, no se olvide, en duros tiempos de miseria, con la violencia en aquel país a flor de piel.

Aniversario de la UPP


14.10.15

De la crítica

Reich-Ranicki
He leído con no poca desazón un librito de apariencia modesta pero lleno de enjundia titulado Sobre la crítica literaria, de Marcel Reich-Ranicki (Elba). Del famoso crítico alemán, judío de origen polaco, y, cabe precisar, de Ignacio Echevarría, enfant terrible de la crítica patria, cuyo epílogo -un ensayo en toda regla- ocupa casi la mitad del volumen. A esa lectura se ha sumado luego una entrevista con éste, publicada en El Cultural, revista donde ejerce como crítico.
Tanto me han afectado esas páginas que llegué a tomar la drástica determinación de abandonar este blog, decisión que comuniqué a algunos allegados y que luego dejé caer, como quien no quiere la cosa, en el dichoso Facebook. Los comentarios de unos y de otras en contra de la tajante medida me han hecho, de momento, sólo de momento, recapacitar. Veremos.
¿Qué le ha turbado tanto a éste?, se preguntará alguno. Sobra decir que, aunque he firmado numerosas reseñas en periódicos, revistas y medios digitales, nunca me he considerado un crítico literario al uso. Ni siquiera "dominguero", como dice con sorna el alemán. Porque en rigor, no lo soy. Si acaso un lector con criterio, o eso espero, que ha opinado acerca de algunos libros que ha leído. ¿Entonces? Sí, a pesar de eso, algunas consideraciones de Reich-Ranicki, en absoluto novedosas pero muy bien traídas, dignas de ser pensadas, que se apoyan en citas incontestables y de gran lucidez, y las no menos lúcidas de Echevarría, me han hecho reparar en mi empeño y han agudizado todavía más las numerosas dudas que a uno le atenazaban respecto a esta delicada labor. En especial en lo relativo a si es necesario o no publicar reseñas de libros que a uno no le han gustado. Poco o nada. Si, en suma, se ha de hacer crítica negativa. Uno, siguiendo a Auden (quien dijo que "no puedes reseñar un libro malo sin lucirte"), opina, al menos hasta ahora, que no merece ocuparse de lo que no creemos digno de elogio, que los libros malogrados pasarán a mejor vida sin necesidad de que los señalemos. Atacar a los malos libros es inútil, estima Auden y recuerdan Reich-Ranicki y Echevarría, "porque perecerán de todos modos". Más allá, se publican tantas obras que para qué perder el tiempo con las que no merecen la pena. Según nuestro criterio, claro. Lo de hacer sangre siempre es penoso, duro para las dos partes: quien critica y el autor del libro criticado. Y todo porque lo personal se impone, como es obvio. Cualquier reserva es entendida como ataque ad hominem, aunque no sea tal. Por otra parte, reconozco que leo libros muy celebrados por mis colegas, digamos, personas cuyo juicio respeto, y más aún por los lectores que, sin embargo, se me caen de las manos; que me gustaría, digamos, desmontar. Por falaces. O por fallidos. Ganas me dan de poner incluso un par de ejemplos. Creo tener razones fundadas para publicar esos análisis, pero me callo. Lo peor, más allá de que los farsantes se vayan de rositas, es esa rara sensación de ser el único que al parecer disiente.
El silencio, que es también una forma de crítica, acaso la más dura, no siempre sirve. Da lugar a confusión, porque no puedes hablar de todos los libros buenos que se publican y eso, repito, da a entender lo que no es. Ya lo he mencionado aquí alguna vez. Por no hablar de otra anómala impresión: la de que, al citar siempre elogiosamente y en positivo, parezca que uno vive en los mundos de Jauja.
En esas estamos. Sé bien que en una sociedad cainita como la nuestra, también en lo literario, el salto a ese tipo de crítica negativa ocasionaría demasiados problemas. Y eso que la pobre poesía es invisible y que uno, desde este apartado rincón, no deja de ser un vulgar y digno don nadie. Contingente, no necesario, que diría un personaje de Amanece, que no es poco.
En fin, bonita encrucijada. En especial para uno, ya digo, un simple lector que se atreve a opinar. Que comparte, si acaso, su pequeña verdad. 

13.10.15

Permanencia de Paz

Fabienne Bradu es una francesa que lleva casi cuarenta años en México, donde ejerce como investigadora en la UNAM. Desde 1982 hasta 1998 colaboró en Vuelta y fue miembro de la mesa de redacción de la revista que fundara Octavio Paz. De esa tarea cómplice surge en buena parte este libro que publica la editorial Vaso Roto en su colección Cardinales: Permanencia de Octavio Paz. Da buena cuenta de una conversación interminable entre Bradu y Paz y confieso que lo he leído con un creciente interés, más allá de mi confesa admiración por el poeta mexicano. Se me antoja que lo primero que uno consigue leyéndolo es precisamente actualizar la consideración por un autor imprescindible de la literatura del siglo XX; siempre y cuando ese fervor ya existiera, claro. O no, que eso también es posible. No está muy claro si los detractores superan a los partidarios del Nobel del 90. 
A medio camino entre la biografía y el ensayo, encarnado siempre en la propia experiencia, Bradu hace distintas calas en la vida y en la obra de Paz, ahora que comienza su "segunda centuria de existencia", con un resultado, ya decía, digno de elogio.
Dedica el primer capítulo a la voz, a la de Paz leyendo (o declamando) sus poemas, tan "poco frecuente entre los hispanohablantes". Una voz que quienes la escuchamos no hemos olvidado; una característica, explica Bradu, que suele repetirse con la de cualquier poeta: "es imposible desprenderse de su voz después de haberlo oído decir su poesía". No olvida la famosa expresión de Paz: "la otra voz", la del poema, "un discurso que exige y acarrea una relación entre la voz que es y la voz que viene y debe venir". 
A las mujeres destina el siguiente, donde tiene un lugar especial su "alma gemela", Sor Juana Inés de la Cruz, a la que dedicó su imponente Las trampas de la fe.
Muy interesante resulta el que sigue, sobre las heterodoxas y críticas relaciones del mexicano con el surrealismo y su amistad con Breton: "en muchas ocasiones escribo como si sostuviese un diálogo silencioso con Breton", escribió.
De la India se ocupa en otro, sitio de "un segundo nacimiento" para él. Fuente de espiritualidad, de mezcla y de poesía.
"Octavio Paz fue un hombre amado", afirma Bradu en las páginas que titula "Amor y erotismo", de donde tomo un par de frases. De la autora: "para hablar de amor no basta con haber amado: también es preciso haber sido amado". Y del poeta: "El amor es una de las respuestas que el hombre ha inventado para mirar de frente a la muerte".
Cómo no analizar la relación de Paz con la política, el nacionalismo y la historia, lo que se hace en "Perpetua ruptura". 
Otro tanto cabe decir de sus viajes por América del Sur, donde aparecen sus relaciones con la olvidada Gabriela Mistral y con Pablo Neruda, que fue del amor al odio y terminó en reconciliación. Sigue con otros dos chilenos: Vicente Huidobro y Gonzalo Rojas, amigo del alma del autor de Piedra de sol; un poeta al que, por cierto, ha editado Bradu (para FCE) y del que prepara una biografía. 
Como ésta, muy interesante me ha parecido la cala que le sigue: "A 20 años del Nobel" donde alude a la compleja actualidad (sobre todo en su país natal) de Paz. La de un insumiso, un crítico, un hombre libre, un "campeón de la renuncia". Un espíritu rebelde, en suma. 
La poesía china y la traducción (un tema que Bradu domina, traductora ella misma) son los protagonistas de "Entre la historia y la naturaleza" que da en la poética paciana, "a un tiempo refinada y sencilla". 
La experiencia de Renga, el poema escrito en un hotel de París junto a Tomlinson, Sanguineti y Roubaud, da mucho juego a la hora de reflexionar sobre la poesía. Leemos: "un poeta es más impersonal cuando más personal es". O: "el poeta nunca deja de ser un individuo cuyo yo encubre a miles de yoes.
"Versiones y tergiversaciones" regresa al Paz traductor, al autor de Versiones y diversiones, donde uno descubrió a tantos poetas que luego le han acompañado el resto de la vida. Se nos recuerda una máxima suya: "El poeta no es el que habla sino el que deja hablar", a la que tantos deberían prestar atención.

12.10.15

Guadalupe

El Departamento Editorial de la Diputación de Badajoz, antes benemérito Servicio de Publicaciones, acaba de publicar un libro necesario, concebido e impulsado por el exconsejero de Cultura Francisco Muñoz Ramírez (el último en esta tierra digno de tal nombre), con el significativo título de Guadalupe. Sentimiento y conciencia, donde se reúnen reflexiones, ensayos, testimonios y otras prosas en torno a uno de los enclaves extremeños más universales. Uno de esos lugares, añado, donde uno ha forjado su particular territorio
Como sigue siendo, ay, habitual, abre el volumen un político: el nuevo presidente de la casa editora, Gallardo, alcalde de Villanueva de la Serena. Y pronto los desacuerdos. Por lo de "nuestra identidad como pueblo". La diversidad de enfoques, no obstante, garantiza una obra plural donde, ya ves tú, soy uno de los pocos a los que este buen hombre (o quien se lo haya escrito) carga con el dichoso sambenito identitario, pues de uno dice: "En clave extremeñista y reivindicativa se define Álvaro Valverde". Y yo sin saberlo. Bromas aparte, la mera relación de los autores de los diferentes textos refleja el alcance de la empresa. Así, hay escritores, como Gonzalo Hidalgo Bayal, Martínez Mediero, Irene Sánchez Carrón, Alonso Guerrero, Eugenio Fuentes y Pilar Galán; teatreros, como Juan Margallo o Miguel Murillo; cantantes, como Luis Pastor; periodistas, como Teresiano Rodríguez Núñez (un hombre inseparable de Guadalupe) y Ruiz de Gopegui; políticos, como Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Antonio Ventura o el citado Paco Muñoz; dos frailes franciscanos: Cerrato Chamizo y Oterino Villasante; y el historiador Juan Gil, que firma el texto más importantes y extenso del conjunto, piedra angular del libro, cuyo título es "Un culto común a españoles y portugueses: la Virgen de Guadalupe".
Ilustran estas páginas unas fotografías de Boni Sánchez que ensalzan aún más la edición de la obra.
Confieso que me han interesado sobre todo los textos de los escritores. En especial los de aquellos que hacen memoria (todos señalan, pongo por caso, los mareos, inevitable consecuencia de cualquier viaje infantil a La Puebla). Los de Bayal, Carrón y Sánchez, por ejemplo. 
Memorables son también las páginas de Ibarra, "ateo guadalupano". Suya fue la decisión de hacer coincidir el Día de Extremadura con la festividad de la Virgen. Cuenta sabrosas anécdotas sobre los cardenales primados de Toledo (ya se sabe que a esa Archidiócesis pertenece el corazón espiritual de esta tierra, a pesar de las eternas reivindicaciones) con los que le tocó lidiar. El temible D. Marcelo, con quien congenió, y Cañizares, protagonista, como él, el consejero Muñoz. D. Antonio Montero y los frailes del Monasterio (que apoyaron a las autoridades), del vergonzoso escándalo político-religioso montado por el PP de Floriano y sus adláteres en torno al resucitado catálogo de una exposición del fotógrafo JAM Montoya (entre otras lindezas, denunciaron a la Editora Regional que uno dirigía por haber cedido el ISBN para su publicación) que pudo, según Ibarra, "cargarse una convivencia entre la Junta y la Iglesia Católica que creo que había transcurrido hasta entonces por cauces ejemplares" y ocasionar, añado, su dimisión como Presidente.
De Muñoz Ramírez, que sufrió como nadie esta burda treta electoralista, es el capítulo final del libro, que lleva por título una verdad que cuantos han colaborado en la obra y cuantos conocen ese rincón a buen seguro comparten: "Volverás siempre a Guadalupe". A pesar, ay, de las curvas. 

11.10.15

Operación rescate: Huamán Mori

De libros que se quedaron por el camino o que llegaron a mis manos tiempo después de haberse publicado. Ya se ve que eso poco importa y que, si no todo, cuanto se debe leer uno lo acaba leyendo. Así, Fragmentos del fuego, del peruano Reinhard Huamán Mori (Lima, 1979), director de Ginebra Magnolia, un libro o un extenso poema en fragmentos que publicó en 2010 Paralelo Sur Ediciones y que llegó a mí a través de Vicente Valero. Un libro preciso, sugerente, metafísico y certero donde uno se encuentra de frente con el poder del fuego, ese símbolo eterno. Sí, donde se "nos habla de todas las facciones de este elemento que viaja no solo como luz y como calor, sino también como poesía dentro de nosotros."
Completo la lectura con la de la plaquette Ella (12 secuencias) Isabel Archer donde el tono es otro y los versos, de impronta aforística, más cercanos, se podría decir, a la cotidiana realidad. Estaremos atentos. Y José María Cumbreño, a buen seguro, nuestro particular cazatalentos ultramarino.

10.10.15

Ver comer

Para uno, cuando era chico, todas las películas se podían agrupar en torno a dos géneros: las de hombres y mujeres y todas las demás; esto es, de romanos, del oeste (o de vaqueros), de piratas... Unas, digamos, eran para adultos y las otras, para niños como yo.
Igual que todos los de mi edad, aunque no nací -como Alberti- con el cine, uno es un ser cinematográfico. Como a mis contemporáneos, el cine ha determinado y determina mis sentimientos y mis pensamientos, forma parte de mi educación sentimental, tanto o más que los libros, y, ya digo, condiciona, entre otras muchas cosas, mi forma de mirar o de entender el mundo.
Desde temprano uno fue consciente de su importancia y también desde crío soy un aficionado a ese arte total. Y ya allí, viendo películas en aquellas interminables sesiones dobles del domingo por la tarde en compañía de mi abuela Feliciana y de mi tía Sofía (siempre ocupando las butacas centradas de la primera fila de entresuelo del cine Alkázar, para que nadie nos impidiera ver bien la pantalla) o en las más cortas (y dominicales) del colegio, empecé a sentir apetito cuando aparecían en pantalla los actores comiendo. Lo recuerdo bien. Estaba deseando llegar a casa para cenar. Las sobras del pollo con tomate del mediodía, por ejemplo, un plato usual de los días festivos de mi niñez.
Como las que más me gustaban (y me gustan) eran los western, puedo evocar mi sensación de hambre mientras los pistoleros degustaban un filete en una cantina, los vaqueros un guiso de judías en plena caravana de diligencias (donde no podía faltar el imbebible café) o, en fin, los soldados en un rancho cuartelario. Y ello a pesar de lo poco apetitosas que parecían aquellas frugales colaciones.
A los indios no los recuerdo comiendo. Sí pescando o cazando. Ni a los americanos del norte ni a ninguno, aborígenes pertenecientes a las distintas tribus que poblaron cualquier remoto lugar del ancho mundo.
Pero no sólo de películas del oeste están hechos mis recuerdos gastronómicos. En las de romanos, otro género del que era incondicional, estaban los banquetes -la fruta, el vino-, aunque siempre me pareció la mar de incómodo eso de comer tumbados, por sensual y hasta erótico que pareciera. Las películas de persas o egipcios -o las bíblicas- no las asocio a la comida, por más que la hubiera. Sí, como es obvio, las de vikingos o las medievales, digamos, en las que también había escandalosos y multitudinarias comilonas en los salones de los castillos y las fortalezas donde damas, guerreros, reyes y caballeros aparecían convenientemente sentados y deglutiendo a grandes bocados enormes muslos de pavo o de cordero; por supuesto, con las manos.
En las de piratas se solía proceder de forma similar, ya fuera en el barco correspondiente o en la taberna de algún exótico puerto de ultramar o en una isla paradisiaca y exótica.
Como quiera que sobre todo hemos consumido (o nos han hecho consumir) filmes made in USA, capítulo aparte ha de merecer la comida en el cine contemporáneo. Es ahí, en todo caso, donde se puede hablar de gastronomía en su sentido más exacto. Restaurantes italianos con manteles de cuadros rojos y blancos donde los gánsteres se manchan con abundantes fuentes de pasta; puestos ambulantes de perritos calientes en las calles de Nueva York; enormes, inabarcables hamburguesas envueltas en papel que los policías comen en el coche mientras hacen un seguimiento o montan guardia; pavos dorados en el Día de Acción de Gracias; degustaciones de pizza fría por la mañana al levantarse en cualquier coqueto apartamento de Manhattan; tentempiés de comida china en cajas de cartón que todos comen con palillos; cenas con multitud de acompañamientos y guarniciones en un modesto adosado de las afueras o en una casa de campo del Medio Oeste; picnic a orillas de algún río donde, sobre una manta tendida en la hierba, una pareja de enamorados toman apetitosos sándwiches; barbacoas en el jardín trasero y junto a la piscina; almuerzos en comedores sociales, cárceles u hospitales y brunch en suntuosos restaurantes a los que acuden magnates y hombres de negocios; luminosos comedores de clubes de golf o de tenis de algún estado del Sur; porches donde alguien, sentado en una mecedora, bebe una limonada helada; familias o parejas que devoran platos grasientos en cualquier american diners o en alguna casa de comidas de un pequeño pueblo de la Norteamérica profunda; banquetes de bodas, en fin, al aire libre o en recargados salones donde se bailan hermosas danzas griegas o judías.
He visto, sí, alguna película protagonizada por cocineros (el furor gastronómico de las últimas décadas así lo exigía) o donde la comida tenía la mayor importancia (Chocolat, Delicatessen, Como agua para chocolate, Tomates verdes fritos, Julie y Julia, Mystic Pizza, Sin reservas…), pero he de confesar que, debido a mi penosa memoria cinematográfica, apenas me acuerdo de los detalles. Y me he perdido otras que, a buen seguro, debería haber visto, como Deliciosa Martha El festín de Babette (que lo mismo sí vi). En eso de ponerse estupendos con la comida, supongo que los franceses han sido los reyes. No en vano su exquisita cuisine ha pasado por ser la mejor durante siglos. Tampoco he visto La cocinera del presidente o El chef, la receta de la felicidad, de la que habló bien Capel, el crítico gastronómico del diario El País.
En cuanto a España, no tengo muy claro si los platos de nuestra rica y variada gastronomía forman parte consustancial de la historia de nuestro cine, aunque recuerdo bellos fotogramas de un restaurante en La mitad del cielo, la película de Gutiérrez Aragón. O el multitudinario desayuno de La gran familia. O el gazpacho de Carmen Maura en Mujeres al borde de un ataque de nervios. O, por fin, la última cena de Viridiana.
Recuerdo, es verdad, varias películas relativamente recientes sobre este asunto: Bon appétit. Tapas, Fuera de carta… Me da que son comedias poco suntanciosas para pasar el rato en las que, eso sí, el apetito de uno no llegó nunca a excitarse como lo hacía con los comistrajos de los vaqueros en mis tardes infantiles. Y ya que me retrotraigo a esa época, qué decir de la bota que cuece y se come Charles Chaplin, Charlot, en La quimera del oro. Puede que esas sean las escenas más apetitosas de la historia del cine. Uhmm… ¡qué hambre!

Nota: Este texto ha sido publicado en el libro CoCine Cultura. Cáceres, cocina, cine, literatura y más, editado por Versión Original, con diseño de RemediosCreativos.

9.10.15

Polvo enamorado

Sobre todo, Pedro Sevilla era para mí el acreditado especialista en la vida y la obra de su paisano Julio Mariscal. Confieso que apenas conocía su condición de poeta y en todo caso por poemas sueltos publicados en florilegios o en revistas, como ocurrió hace poco en Estación Poesía. Le tenía catalogado como uno de esos poetas andaluces que fueron adscritos a la famosa "poesía de la experiencia", no sé a qué sección; poetas que uno, por cierto, a debida distancia, tanto ha frecuentado. Por eso me extraña aún más el desencuentro. Como dijo el otro, nadie es perfecto.
Nacido en Arcos de la Frontera en 1959, ha dado varios libros a la imprenta, casi todos para el sello Renacimiento. En esa editorial apareció el año pasado la antología Todo es para siempre, con prólogo y selección de Enrique García-Máiquez.
Ahora, en la colección DKW de Libros de Canto y Cuento, que dirige en Jerez José Mateos (quien eligió los poemas de la antología de Mariscal que él se ocupó de prologar para la casa sevillana a la que me acabo de referir), aparece Serán ceniza, título tomado de los famosos versos de Quevedo. Tiene sentido esa elección, como la de dedicar la obra a Josefa Sánchez, protagonista de un puñado memorable de poemas de amor recogidos en la segunda parte de las tres de que consta el conjunto. Muy unitario, por cierto, que gira en torno a la enfermedad y la muerte, de un lado, y, ya digo, al amor, a una mujer y a la vida, por otro.
A la honradez se refiere el poeta en el primer poema y me parece una palabra muy adecuada para definir este libro. Tras una hermosa profesión de fe en la poesía ("Escribir es sembrar"), "ahora que soy mi padre", Sevilla, "tras un verano cruel de agujas y de fiebre / (...) / huyendo de la muerte entre sábanas blancas", regresa a su lugar y canta, con melancolía pero sin angustia, sentimientos y pensamientos que nos acercan a la sagrada intimidad de un hombre al que el sufrimiento no impide celebrar la existencia. "Ha habido que morir para aceptar la vida", nos confiesa. 
Sus versos están teñidos de la luz dorada del Sur. Del paisaje que se observa desde sus azoteas. De los lánguidos atardeceres de septiembre. A veces, se va hasta una playa de Levante, a Zamora (desde donde ve pasar al Duero bajo una "luz azafranada") o a cementerios de Oxford y París, donde se acuerda de gente que no conoció. 
Es, con todo, en la ya aludida segunda parte, donde el poeta logra, sin olvidar la mencionada honradez, gracias a una poesía limpia, de línea clara, clásica en el mejor sentido, donde el de Arcos logra, decía, dar lo mejor de sí, en esos poemas que se dirigen a Josefa, que la nombran, en los que dialoga con ella acerca de la alegría y del dolor, de los preservados recuerdos y del incierto porvenir. Uno comprende mejor aquello que nos descubrió, entre otros, Paz. Como sostiene Fabienne Bradu en un libro que comentaré pronto aquí, Permanencia de Octavio Paz (Vaso Roto/Cardinales), "para hablar de amor no basta con haber amado: también es preciso haber sido amado". También que, y ahora cito al poeta mexicano, "El amor es una de las respuestas que el hombre ha inventado para mirar de frente a la muerte". "Todo es verdad ahora", leemos en "Una flor en tus manos". Y en "Hondo misterio": "Asómate, Josefa, esto es la muerte". 
Libro intenso y machadiano el de Pedro Sevilla, escrito, como ha de ser (y suelo repetir), a tumba abierta. Que se lee con la emoción que proporciona la honestidad. Sin trampa ni cartón, más allá de la muerte, he aquí un hombre. 

HONDO MISTERIO

Asómate, Josefa, esto es la muerte:
un recinto de cal y geometría,
un nombre entre dos fechas,
y dentro, tras la piedra sellada y unas flores,
un misterio tan hondo
que ni este amor siquiera
puede desentrañar.